sábado, 31 de diciembre de 2011

Zulema Chester, hija de Jacobo, desaparecido en el Posadas, indignada con la condena

El 28 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas, conducidas por el dictador Reynaldo Bignone ingresaron al Hospital Posadas con tanquetas y helicópteros. Desde ese fatídico día, la dirección quedó a cargo del coronel médico Agatino Di Benedetto que con el objetivo explícito de “acabar definitivamente con las actividades subversivas que tienen lugar en el hospital” y mediante “listas negras” seleccionó al personal que fue detenido. 
 
Fue entonces cuando el 28 de marzo se detuvieron 35 trabajadores que fueron trasladados a Coordinación Federal, dos días después detuvieron dirigentes gremiales que fueron derivados a los penales de Olmos y Devoto. El 13 abril de 1976 se designó a Julio R. Estévez, como director interino, quien organizó un sistema de vigilancia con la coordinación del subcomisario de la Policía Federal, Ricardo Nicastro, un grupo de tareas autodenominado SWAT, se encargó de la represión dentro del hospital.
Los represores que integraron este grupo son Hugo Oscar Delpech, Cecilio Abdelnur, Victorino Acosta, Juan Máximo Costelezza, José Faraci, Adolfo José Marcolini, José Meza, Luis Muiña, Oscar Raúl Tevez, Argentino Ríos, Jorge Villalba y Carlos Ricci: jefe de Mantenimento. El grupo SWAT funcionó hasta enero de 1977, cuando dejó de actuar tras un supuesto enfrentamiento con la Fuerza Aérea.
 
Zulema Chester es hija de Jacobo Chester, un técnico en estadísticas y secretario administrativo de la guardia del Posadas. Chester fue secuestrado el 27 de noviembre de 1976. “Mi papá no tenía militancia política pero sí supo oponerse al grupo SWAT cuando vio las faltas de respeto y el maltrato tanto hacia el público como al personal, y eso le valió ser secuestrado y asesinado después”, se lamenta Zulema, quien cuenta que desde el primer día de la desaparición de su papá comenzaron a organizarse con los familiares de otros trabajadores secuestrados del hospital. “Sabíamos que la represión venía de adentro del hospital, cuando nos reuníamos con las otras familias contaban las mismas atrocidades. Desde entonces no hemos bajado los brazos ni los vamos a bajar.”
Zulema Chester está enojada con la condena. “Tengo una sensación de frustración porque hace 35 años que estamos luchando por justicia. Cuesta mucho conseguir los testigos, y en este juicio declararon personas que no habían declarado antes”, relató.
Zulema Chester sostuvo que “es difícil entender que se reconozcan que se cometieron delitos de lesa humanidad y a la vez dar una condena de ocho años y mandarlos a la casa. Así como los represores mantienen un pacto de silencio, en la justicia hay trabas que son difíciles de remover”.
El fallo provocó decepción entre los familiares y los organismos de derechos humanos

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Mariana Tello y Liana Aguirre: Volvieron por la verdad

Liana tenía cinco años y Mariana, nueve meses, cuando las fuerzas militares asesinaron a sus padres en julio de 1976. Desde entonces volvieron tres veces a Tucumán para reconstruir sus historias. Después de 35 años de impunidad llegó la hora de la Justicia.

Mariana Tello y Liana Aguirre, volvieron a Tucumán, después de 35 años de impunidad.

Un barrio humilde en las periferias de la ciudad, un allanamiento y su padre escapando por la puerta de atrás de la casa, despertar en la madrugada rodeada de militares mientras otro grupo interrogaba a su madre, embarazada de su hermano menor, en otro dormitorio. Son los recuerdos tenebrosos que quedaron registrados en la memoria de Liana Aguirre, con apenas cinco años. En abril de 1976 volvió a Goya, Corrientes, donde vivían sus abuelos, para escapar de las redes represoras del último gobierno de facto. Volvieron todos, menos su padre Juan Carlos.

El recuerdo más traumático de la vida de Mariana Tello se remonta a la primera vez que volvió a Tucumán. Fue en el '98 cuando el fallecido represor Antonio Domingo Bussi gobernaba la provincia en plena democracia. “El responsable del asesinato de mi madre, y de tantos otros, estaba en la Casa de Gobierno, donde ni siquiera pudimos llegar por impedimento de la policía. Tuve la sensación de estar en una ciudad completamente militarizada, había policías con perros, caballos y tanques”, recuerda con amargura, antes de que comience la segunda jornada del juicio oral y público que busca reconstruir la verdad de lo que le pasó a su madre, Margarita Azize Weiss.

Volver a Tucumán no fue fácil. Mariana tenía nueve meses cuando su madre trató de protegerla ante el avance de militares y policías que realizaban un operativo en las puertas de su casa de Las Piedras 710. Se resistió a ser detenida y le dispararon con una ametralladora. Luego, ingresaron al domicilio y se llevaron encapuchadas a las personas que estaban allí. Juan Carlos estaba en ese grupo de militantes Montoneros. Era las 11.30 del 12 de julio de 1976. Dos horas después, los cuerpos de Margarita y Juan Carlos fueron arrojados en una fosa común en el Cementerio del Norte.

Pasaron 29 años hasta que Liana tomó fuerzas para reconstruir su historia y saber sobre la muerte de su padre. Así, en 2005 regresó por primera vez a la provincia y conoció aquella casa a la que todavía –mientras espera también la segunda audiencia del debate- no sabe si podrá pasar otra vez por allí. En ese año Liana había encontrado a Isabel Ríos, la única testigo que vio cuando mataron a Margarita y que pudo contarlo ante los jueces del Tribunal Oral en el primer día del juicio. “Dijo que en el operativo vio a agentes vestidos de azul, por eso no hay dudas de que en ese procedimiento participó la policía y al mando estaba Albornoz. Eso es incuestionable”, sentencia Liana en la entrevista con 200.

Las vidas de aquellas niñas se volvieron a cruzar. Liana radicó en ese mismo año la denuncia en Goya y luego la causa desembarcó en Tucumán. Fueron procesados los represores Bussi, Luciano Benjamín Menéndez y Roberto “El Tuerto” Albornoz. El primero murió el mismo día en que comenzó el juicio –exactamente a las 16.45 del 24 de noviembre pasado-, el segundo no está en condiciones de salud –dice un médico de la Corte- y Albornoz quedó como único imputado en el banquillo de los acusados.

“Me hubiese gustado que Bussi esté sentado en el juicio y hubiese escuchado las acusaciones y los testimonios. Sé que nunca se iba a sensibilizar porque tengo claro cuál era su postura, pero hubiese preferido que esté aquí y no ahora en la tumba”, lamenta Liana, quien hace seis años y medio es jueza en lo Civil y Comercial de Goya, tiene 40 años y es madre de cuatro hijos.

“Bussi fue responsable de atrocidades, por eso me hubiese gustado que esté en el juicio, sea condenado y enviado a una cárcel”, dice Mariana, quien hace 15 años milita en HIJOS de Córdoba, donde es profesora universitaria de Antropología, e investigadora en el ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio La Perla.

“Bussi murió como deben morir todas las personas, de viejo, rodeado de sus seres queridos, bien asistido en una clínica, y enterrado. Esa posibilidad 30.000 compañeros no la tuvieron, murieron anónimamente, sin posibilidad de defenderse”, señala luego de recordar la Marcha de la Vergüenza que realizó HIJOS cuando Bussi gobernaba en democracia; el que fue su retorno “más traumático” a Tucumán.

Por fin, el duelo

El año pasado, Liana vino junto a toda su familia por segunda vez a Tucumán, para cerrar otra parte de su historia: recuperar los restos de su padre. Estos recién fueron identificados en 2009 tras un estudio de ADN, mientras que el cuerpo de Margarita fue entregado a sus familiares el mismo año de su muerte. “Con todo este proceso tuvimos la oportunidad de transitar un duelo que había estado postergado, porque nadie termina un duelo si no le entregan el cuerpo de la persona que ha perdido. Ahora tengo un lugar donde llevarle flores a mi padre, eso hubiese sido imposible si no emprendíamos este proceso de reencontrarnos con él”, acota.

Para Mariana, la segunda vez fue revivir el escenario del asesinato de su madre. "Volví a la casa donde mataron a mi madre y vivimos el poquísimo tiempo que tuvimos la oportunidad de ser una familia", cuenta y resalta que tuvo la suerte de crecer en la verdad. En el juicio, contó que después del hecho fue apropiada por una pareja de policías que había estado en el sangriento operativo, luego vinieron sus abuelos de Jujuy a buscarla, terminaron también detenidos pero lograron volver y reencontrarla. "Muchos no tuvieron ese privilegio, sobre todo los chicos que fueron apropiados y crecieron con los asesinos de sus padres biológicos", sostiene a pocas horas de regresar a Córdoba, donde investiga la verdad de cientos de desaparecidos en esa provincia.

Regresar no fue fácil pero no fue en vano: ambas lograron recuperar la memoria y la justicia. Liana está convencida de que las piezas del rompecabezas están en su lugar. “Están los cuerpos, el reconocimiento de las propias fuerzas que lo mataron y la demostración de que no fue un enfrentamiento. El tribunal tiene herramientas de sobra para condenar a prisión perpetua a Albornoz”, alerta, una semana antes de conocer el veredicto.

Frente a los jueces, Liana, alejada de su formalidad oral que le dio su profesión de abogada y jueza, se remontó a la niña de cinco años y recordó el momento en que se enteró de la muerte de su padre: “Tengo recuerdos borrosos, fue un momento muy tenso, se armó un revuelo en mi casa, mi madre lloraba cuando nos dijo que a papá lo habían matado. Eramos chiquititas pero igual preguntamos: ¿quién lo hizo?

-Unas personas que pensaban distinto que él, nos dijo mamá”.

martes, 13 de diciembre de 2011

Testimonio de Sebastian Rosenfeld


“Terminé la secundaria con un apellido y comencé la universidad con otro”, Sebastián Rosenfeld

Con la sola presencia del imputado Pertusio comienza la audiencia. En primera instancia da su testimonio Maria Zulema Ferremi, madre de Patricia Marcuzzo. Recuerda que su hija fue secuestrada a fines de octubre del año 1977 del departamento que alquilaba en la zona de la terminal de Mar del Plata, mientras su yerno Walter Rosenfeld es secuestrado en la ciudad de La Plata.

Patricia estaba embarazada de 3 meses. Era militante de la organización Montoneros, estudiaba psicología y trabajaba en un laboratorio. Al tiempo del secuestro llegan a su domicilio de la calle Mármol 144 gente de la marina, vestidos de civil, que con prepotencia buscaban una carpeta que sabían estaba en el fondo de su vivienda, carpeta que ella vio escondida y con anterioridad la había prendido fuego.

El 23 de abril del 78 paró un coche en casa de al lado, cuando mi hija Sandra salió a sacar la basura le dicen que tienen noticias, le dieron el nene y le dijo que cuide mucho a Sebastián, el que lo trajo podría ser Gúliver de sobrenombre, le entregan un moisés, bolsa con ropa y varios litros de leche para consumo de bebés.

Les entregaron una carta escrita por Patricia donde le decía “querelo mucho, es buenito, anotalo a tu nombre, es el hijo que no tuviste”. Identificó la letra de su hija que además contaba con el detalle que en vez del punto de la i en su nombre tenía una mariposa.

Lo hizo revisar la médica de la familia la Dra. Rodríguez Aguilar. Por testimonios de sobrevivientes de la ESMA, supo que su hija estuvo detenida en Buzos Tácticos de la Base Naval de Mar del Plata, desde donde fue trasladada a la ESMA para dar a luz a su hijo Sebastián. Con la abuela paterna se contactan después de 5 años en una de las habituales reuniones que realizaban las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en la iglesia Santa Ana.

Testimonio de Sebastián Rosenfeld

Sebastian hombre de 33 años, hijo de Walter Rosenfeld y Patricia Marcuzzo, nacido en cautiverio en la Escuela de Mecánica de la Armada. Comienza aclarando que los relatos que va a realizar son por dichos ajenos. Supo que sus padres eran militantes Montoneros y por eso secuestrados en octubre del 77, se presume entre el 19 y 20.

Hace referencia a la difícil situación que vivió con respecto a su identidad, las complicaciones vividas para poder tener la documentación legal correspondiente, ya que fue anotado en primer lugar con el apellido de la madre y luego con el del padre también, como anecdótico recuerda “terminé la secundaria con un apellido y comencé la universidad con otro”, hace entrega al tribunal de abundantes pruebas al respecto.

Por testimonios de María Laura Bretán supo que su padre estuvo detenido en el centro clandestino de detención La Cacha, donde fue brutalmente maltratado por su condición de judío, “la pasó muy mal”. Por Graciela Daleo sabe que su madre “estuvo detenida en la Base Naval Mar del Plata estando embarazada de 3 meses, luego la pasan a la ESMA donde yo nací y me entregan a mí en la casa de mi abuela materna”.

Testimonio de Alcira Ríos

Alcira Ríos, abogada de 70 años que fuera secuestrada el 27 de julio del año 1978 junto a su esposo, en su domicilio los reducen y los trasladan a centro clandestino de detención que ubican en la ciudad de San Nicolás. En el lugar son interrogados y torturados hasta que al cabo de unos días son trasladados a centro clandestino de detención La Cacha, ex planta transmisora de Radio Provincia. Describe el lugar.

Se presenta alguien que le dice “yo soy el jefe, yo los cuido a todos, vengo todas las noches si hay algún inconveniente me informan”. Al rato una prisionera le dice “soy Rita, sacate la capucha, yo hace 10 meses estoy acá”. Luego supe que Rita era Laura Estela Carlotto. Al día siguiente escucho gritos de chicas que decían “son unos animales, mirá lo que le hicieron a este muchacho”, era mi marido.

Todos los que servían comida eran prisioneros más viejos, estaban “los del traslado de Mar del Plata”.

Pude ver a La Gringa que era Ana María García y a Angelita. Alejandra Baldasare, era de Mar del Plata.

Laura refirió que tuvo un hijo en julio y que se lo habían entregado a la madre.

Angelita postula que: “esto es el Sheraton al lado de la Base Naval de Mar del Plata”.

Pudo ver a Walter Rosenfeld, era de Mar del Plata también. Walter estaba piel y huesos, Raúl Bonafini y Carlos Lahitte fueron quienes lo ayudaron, lo bañaban, le daban de comer, lo hacían caminar, así empezó a mejorar.

A Raúl le decían Bigote. Una chica, que le decían Chispi, hablaba con su esposo, era de Entre Ríos y su nombre era Lucía Perrier hija del reconocido locutor que había denunciado a su propia hija ante las autoridades militares. Lucía y su esposo Néstor Furrer fueron detenidos en Necochea, de donde fueron trasladados a la Base Naval y luego a La Cacha. Comentaba, “La base era terrible, como nos engrillaban, no podíamos hacer nada, nos enceguecían con focos, cuando nos bañábamos nos manoseaban, nos miraban y se nos reían”.

El 17 de agosto del 78 trasladaron a todos los de Mar del Plata, decían que los iban a llevar a la ESMA por un tiempo. Al marido y a ella los llevan el 1ero de septiembre a Tablada y en noviembre son blanqueados y trasladados a la cárcel de Devoto.

“El arma que secuestraba era el que definía que hacían con los detenidos, los que estaban destabicados eran los que después fueron asesinados, no les importaba que los vieran, sabían que estaban muertos”.

Rita salió de La Cacha una semana después que los de Mar del Plata junto a Lahitte, esa misma noche los mataron, a ella le reconocieron el corpiño que Alcira le había regalado.

La Gringa estaba muy bien físicamente, era obrera en La Plata, militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores Ejercito Revolucionario del Pueblo, en el área Logística.

Lucia Perrier y su marido eran del Partido Comunista Marxista Leninista, cuando fueron secuestrados sus hijos quedaron abandonados en la plaza de Necochea, por lo que fueron tapa de diario, lo que posibilitó que sus abuelos pudieran viajar a recuperarlos.

Recuerda a Silvia Siscard, le decían Anita, pudo conversar con ella, era del PCML, supo Alcira que el responsable del PCML, de apellido González fue quien entrego a toda la organización.

Presenta documentación de expedientes de causa Plan Sistemático, donde se mencionan los casos de Susana Pegoraro y Cecilia Viñas, recordando los llamados telefónicos realizados por Cecilia a casa de la familia pidiendo dinero para el rescate, “porque los iban a trasladar”, poniendo énfasis en que siempre hablada en plural y en determinado momento dijo no busquen más dinero, ya que otra familia lo había conseguido. Estos llamados fueron en enero del 84, ya en democracia, y se presume desde la Base Naval Mar del Plata.

Dany y Elvira

 Por Daniel Goldman *

Como nunca, había experimentado en esa oportunidad la fugacidad en el paso del tiempo y, a su vez, de un modo casi surrealista, percibí que podía ser el mismo tiempo el que se hacía presente. Lo recuerdo como si fuese hoy. Fue en mi oficina, cuando una tal Elvira, de unos cuarenta y tantos años, me relata el drama del secuestro de su marido desaparecido durante la dictadura. Acto seguido rescata de su cartera una foto y me la ofrece. Era la de un chico jovencito, pelilargo y sonriente. La luz del día era testigo de que ella seguía indagando en un amor que se habría congelado y que a esta altura, acorde con ese registro fotográfico, el destinatario parecía más bien un hijo y no un marido. Algo muy parecido me ocurrió hace pocas semanas, tarde de un viernes de cielo plomizo, cuando Dany Tarnopolsky nos convocó en la Costanera al Parque de la Memoria, para recordar y homenajear a su entera familia desaparecida. Era ese gris el que enmarcaba otro rostro, el de un Dany quien a esta altura resultaba ser unos años mayor que su padre. Y era en el mismo contexto, que la edad de su hijo Antoine ya se aproximaba a la de la rebeldía de su hermano al momento del secuestro. Dany y Elvira quedarían enlazados eternamente en el registro de la saga de las confusiones homologadas que se juegan en la explanada de la memoria. Juego y ecuación irresoluble de los perplejos dramas que penetran por las rendijas del alma, de modo tal y como en esta historia, un padre joven sigue representando un mandato que se afinca en alguna comarca del inconsciente, aconsejando a un hijo que hoy lo supera en edad. Un hijo que termina siendo un padre y un hermano que finaliza siendo otro hijo. Seremos padres de nuestros propios padres, e hijos de nuestros propios hijos, seguramente dirá el Talmud en algún docto lugar.

Por eso son historias surrealistas, donde la psique supera la razón. Maldito mandato de la memoria, que no deja en paz a los vivos. Bendito mandato de la memoria, que constituye estructuralmente lo poco humano que sigue existiendo en el ser. Son estas experiencias las que me enseñan que algo puede ser maldito y bendito a la vez. Porque es en la trama de la contradicción que se administran ciertas situaciones de la existencia. Y hay que ser claro: se administran y no se solucionan. Administrar significa que van con uno, y que ellas acompañan a ese uno toda la vida. Solucionar sería olvidarlas. Pero olvidar es incurrir en la traición. Y el costo en la traición del olvido implica deshumanizarse.

Aunque suene cursi, cuando escuchás estas historias con el corazón, ya sos parte de ellas. Es cuando el uno se diluye en el colectivo, en el nosotros. Y es justamente en esa trama de la contradicción que quedás entramado. Qué parecidos que suenan trama y drama. Al entramarte en el drama, te entramás en los exilios, en los lenguajes extraños, en los aprendizajes, en los hábitos, en los nuevos vínculos, en las Madres, en los proyectos truncados, en los que se abren, en los que se cierran, en los organismos, en los 24 de marzo, en las Abuelas, en los juicios. Y cuando te diste cuenta, de repente descubriste que tu propia vida adquiere otro sentido y otro rumbo. O mejor dicho un sentido. Sentido en el uno. El de intentar dejar otro mundo a los que sigan, en el que no se repitan atrocidades y desapariciones, holocaustos y genocidios. No siempre nos sale bien, pero vale la pena el intento. Al final, me parece que justamente sólo el intento significa dejar otro mundo. Este intento atraviesa a Elvira, y a Dany. Y esto también a mí me atraviesa. Tramadramatraviesa. El Uno, dice la mística de manera misteriosa y juguetona, es el nombre de Dios. El Uno del cual emanan la Bendición y la Maldición.

Parafraseando al profeta Jeremías, conocía a Dany antes de conocerlo. Algunos amigos en común me habían contado su historia y, cuando nos vimos por primera vez, me confesó que la música lo habría rescatado. En compañía de esa frase encantadoramente presuntuosa, Dany es cantor litúrgico de mi sinagoga. Le canta al Uno. En términos religiosos, cantarle al Uno es recordarnos en el presente nuestra propia finitud, colocando límites a la omnipotencia. La omnipotencia representa a un otro. Y la plegaria es la lucha del Uno frente al otro. De eso se trata la plegaria. Por eso la categoría del rezo es una reivindicación de la memoria.

Conscientes de que toda memoria se construye desde un presente hacia un futuro, ella representa un deber militante que nos interpela. La memoria me interpela, me inquiere, me demanda. La tradición judía me enseña que cantarle al Uno es una necesidad que me debe incomodar. La memoria hecha plegaria me pregunta qué hago con mi vida y con qué valores me comprometo, qué es lo que me resulta trascendente, qué es lo importante y qué debo dejar de lado. La memoria frena la muerte y afirma la vida. La memoria nos compromete con la existencia, detiene cualquier abuso de poder, otorga espíritu de resistencia y dignifica. En definitiva, la memoria nos rescata de la humillación. Era lo que Dany me dijo: la canción lo rescató de la humillación.

Su saga es parte de una cadena de melodías que se conjugan en el misterioso pentagrama del alma.

¡Maldita y Bendita la memoria! Amén

* Rabino. Este texto forma parte del prólogo a Betina sin aparecer

viernes, 9 de diciembre de 2011

Caetano Veloso homenaje al músico brasileño desaparecido, Francisco Tenorio Cerqueira Junior

 Francisco Tenorio
“Plan Cóndor suena igual que con dolor”

En el Parque de la Memoria, el cantautor habló sobre su experiencia en la dictadura y la historia del pianista que fue secuestrado en la Argentina en el marco del Plan Cóndor. Vinicius de Moraes lo buscó, pero no obtuvo ninguna respuesta.

 Por Laura Vales

Francisco Tenorio Cerqueira Junior fue secuestrado en Buenos Aires tres días antes del golpe del ’76. Era un pianista brasileño muy reconocido en su país, y había viajado a la Argentina acompañando a Vinicius de Moraes en una gira. La noche del 18 de marzo salió del hotel a comprar cigarrillos y no volvió. Sus compañeros lo buscaron sin resultado; presentaron pedidos de hábeas corpus e hicieron gestiones diplomáticas sin respuesta. Tuvieron que pasar muchos años hasta que se supo que un grupo de tareas de la ESMA lo había secuestrado por error. Tenorio se sumó así a los desaparecidos por la dictadura argentina. Ayer, en el Parque de la Memoria, Caetano Veloso encabezó un homenaje en su recuerdo.

El homenaje consistió en una entrevista pública, realizada por Andy Kusnetzoff, y grabada con el fin de que se convierta en un documental. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, la Universidad de Tres de Febrero y la Embajada de Brasil participaron, entre otros, en la organización del encuentro. Durante cerca de una hora, Caetano habló así, en un español más que bueno, de la reciente sanción de la ley para crear en Brasil una Comisión de la Verdad, de su propio paso por la prisión durante la dictadura, de la búsqueda del músico desaparecido en la Argentina.

Arte y política. “Esa es una relación que puede llevar a muchos equívocos”, arrancó Caetano en la entrevista. “En los ’60, cuando nosotros empezamos a trabajar con la música, desconfiábamos de lo que pensaban algunos colegas sobre que ciertas ideas del pensamiento político de la izquierda se podían popularizar a través de canciones. Se suponía que la canción se convertiría en un medio para expresar una idea, y la verdad es que una canción no puede resumirse en eso. Las canciones, en general, se refieren antes que todo a otras canciones. Me acuerdo de que cuando ya estaba exiliado en Europa, la hija de Sartre me entrevistó. Ella preguntaba sobre el mensaje de las canciones, quería que yo me definiera como un cantautor de protesta, pero yo no creo en eso. El cine y el teatro también se hacen dialogando con otras películas y otras obras de teatro. Una canción, una película, una obra puede tener un significado político que no es posible de controlar por la ideología consciente de su autor. No se puede reducir la importancia política de una obra a la intención deliberada de quien la hace.”

La prisión. “Para mí fue una sorpresa que (la dictadura) me detuviera. La izquierda pensaba de nosotros que estábamos vendidos al imperialismo, y nosotros pensábamos que no estábamos en riesgo, aunque resultó que sí lo estábamos. Estuve dos meses en prisión, y otros cuatro meses viviendo bajo vigilancia. No me siento cómodo contándolo, porque hay gente que murió o que fue torturada, o pasó años presa. Yo estuve preso dos meses, en una celda que llaman solitaria, un sitio muy pequeño. Me pasaban la comida por una puertita como para un perro. Durante el primer mes no me hicieron preguntas ni me dieron explicaciones. Yo vengo de la baja clase media, tenía sus valores, es decir que pensaba en que se podía tener una vida tranquila, no sentía un deseo de situaciones extremas ni heroicas. Entonces la cárcel, la experiencia de ser llevado en un auto con sirena, la oscuridad, el dormir en el piso, la falta de explicaciones fueron golpes grandes. Fue darse cuenta de que cosas horribles podían pasar. Sentir la dimensión de la violencia que mayoritariamente es en realidad la vida humana.”

Tenorio Cerqueira Junior. “El era un hombre muy talentoso, un gran pianista y además un hombre muy afable. Nos conocíamos y habíamos tocado juntos, incluso teníamos el proyecto de grabar algo. Yo ya había regresado del exilio, estábamos en Río, cuando alguien nos dijo que Tenorio había desaparecido en Buenos Aires. ‘Estaba con Vinicius y desapareció, no volvió’. Mi hermana María Bethania tiene una conexión personal con las religiones afrobrasileñas, y fuimos –yo la acompañé– a consultar a una sacerdotisa, la más importante de Bahía. Ella nos dijo que él ya no vivía. Después leí cosas, un libro que se escribió en Brasil y otras investigaciones que nos mandaron de Argentina. Vinicius había presentado un hábeas corpus en la Argentina, pero se lo negaron. El buscó también en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil y le dijeron que no sabían nada, aunque hay documentos que prueban que sí sabían, porque Brasil fue informado en el marco del Plan Cóndor. En portugués, Plan Cóndor suena igual que ‘con dolor’.”

“En Brasil no se había hecho casi nada hasta el gobierno de Fernando Henrique Cardoso. Después vinieron los gobiernos de Lula y ahora de Dilma, se sancionó la ley que crea la Comisión de la Verdad, tenemos un boceto de acción sobre qué hacer al respecto. Pero la situación en Brasil siempre ha sido muy distinta de la de Argentina, en parte por una cuestión numérica, porque tenemos 745 asesinados por la dictadura, y en la Argentina fueron 30 mil.”

En la Sala Pays, donde se realizó la entrevista, hubo varios notables. Charly García –con su novia–, Susú Pecoraro, Hilda Lizarazu, Silvina Garré y Virginia Innocenti fueron algunos de los que compartieron la sala con Madres, Abuelas, nietos e integrantes de otros organismos de derechos humanos. De cierre, Caetano pidió una guitarra acústica y cantó tres canciones. La intención es que el reportaje sea el primero de una serie a artistas e intelectuales latinoamericanos, sobre la relación entre el arte, la política y la memoria.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Soldados conscriptos que hacen memoria

El testimonio de Aníbal Gómez, soldado que cumplió funciones en el Regimiento de Monte 29, en el año 1976 complica la situación de los imputados Horacio Domato, Herminio Gómez, Agustín Echeverría y el ya condenado ex gobernador de facto Juan Carlos Colombo.

En el marco de la denominada Causa Fausto Carrillo Expte. N° 200/06, la cual reúne otras, surgidas de presentaciones a través de querellantes particulares, tales como: Pedro Velásquez Ibarra, Adriano Acosta, Roberto A. Gauna, Ismael Rojas, Humberto Palmetler, Fliares de Hilario Ayala y de Carlos Rolando Genes, la APDH y La Liga Argentina por los Derechos del Hombre, quienes apuestan activar la mega causa iniciada en 1984, que sigue dilatada y aún quedan 12 imputados por juzgar, es por ello que se pudo acceder al testigo Aníbal Gómez, que de forma voluntaria se presentó ante el juzgado enterado por Internet de la existencia del juicio a Colombo y comunicándose posteriormente con el abogado Velazquez Ibarra.

El ex soldado dio su testimonio suscitándose dos argumentos que refuerzan la querella, el primero implica a Agustín Echeverría quien negó estar en Formosa durante los años 76 y 77, sin amargo Gómez hecha por tierra esta coartada y la otra es que comenta la falsificación de la firma del soldado Genes, ex detenido y muerto en cautiverio por un supuesto suicidio.

El testigo afirmó que “mi función era la de furriel en la compañía comando, con mi compañero Ziesenis nos encargábamos de la vigilancia a los detenidos es ahí que tengo contacto con el abogado Velazquez Ibarra que era uno de esos detenidos, también Mirta Insfran a quien me tocó llevarle comida, pero la relación mas directa fue con el soldado Genes, que fue cuando se ahorcó, en ese momento me fueron a buscar de Villa Hermosa yo estaba en casa de mi tío y en la oficina de justicia estaban Echeberría y Steinberg, allí me indican que hacer, los pasos a seguir porque había que llevarlo a Corrientes, yo me preocupaba porque no habían registrado ni declarado nada, de ahí el oficial de policía me empezó a dictar todo lo que había hecho y dicho supuestamente Genes, como un informe, al terminar la supuesta declaración el oficial Echeverría la firma en nombre del conscripto como si nada”.

Continuó comentando “como los detenidos que estaban allí (haciendo referencia a la Escuelita, ubicada y señalada como uno de los centros clandestinos de detención) no sabía que el soldado se había suicidado, los paraban arriba de una silla les tapaban la boca les ponían la soga y les decían, si no cantas va a haber otro suicidio voluntario, pateaban la silla y los tenían así un rato y después lo soltaban”.

Con respecto a si el soldado en mención se quitó la vida dijo que ya lo había intentado una vez sin suerte, que estaba muy desmejorado e incluso escribió en su celda con jabón mojado la palabra “mamá”, esto hacía suponer que ya se estaba despidiendo, pero no dio certezas de si la muerte fue voluntaria o coaccionada.

Se refirió a que los militares afirmaban que los detenidos en el lugar estaban privados de su libertad por ser subversivos”, entonces dijo que en una ocasión el doctor Velazquez Ibarra le dio un nota para que le entregase a su madre, al llegar al hogar esta le dio comida para su hijo y le pidió que no regresase pues ese hecho podía ser mortal si se enteraban, en ese momento temió por su vida.

Otra circunstancia que confirma el plan sistemático de la estructura de las Fuerzas Armadas en cuanto al hostigamiento y persecución es cuando hace referencia a que “si sabía cuando estaba en la oficina de Justicia que venía el capellán del ejército que era el padre Lima y traía una nota en donde señalaba a quienes había que investigar, entonces el principal me daba la nota y yo la iba a entregar a emergencias, si eran tres aumentaba el racionamiento, eran tres más si eran cuatro, cuatro más”. Esto comprueba que las personas investigadas eran automáticamente detenidas.

Las mujeres y su cautiverio

En medio de su declaración, Gómez hace alusión a lo que llama anécdota, y tiene como protagonista a una mujer que estaba sola en una habitación que poseía como único mueble una cama, el asegura haberla visto entrar vestida con una minifalda y que la belleza de la dama era llamativa, pero cuando la vuelve a ver en el cuarto su apariencia física era de un cambio rotundo por el maltrato, tanto que su figura era esquelética, solicitando que la deje escapar o la mate, y se decía que esta mujer era la preferida de el Mayor Rearte, quien la sometía constantemente.

Gómez siguió relatando las experiencias con los detenidos, con relación a Mirta Insfran expuso que “me dijeron que tenía que darle la comida a un detenido y lo que me sorprendió fue que me dijeron el nombre, Mirta Insfran, ya que eso no debe ocurrir, entonces supuse que me estaban vigilando pues ella fue mi compañera del secundario, entonces solo cumplí con las reglas, entre ella estaba sentada en el piso, atada y vendada, no la desaté y le di la comida, me lo agradeció y fue la ultima vez que la vi, traté de cumplir con los pasos porque sentí que me vigilaban a mi”. También aseveró que sólo la reconoció porque le dijeron el nombre ya que estaba totalmente desmejorada.

Al culminar su declaración Aníbal Gómez alude a un informe real y no oficial del 5 de octubre de 1975, en donde afirma que son muchas las diferencias con la versión que se da a conocer, comenzando por el hecho del lugar de ingreso de la organización Montoneros. En torno a su participación fue contundente “un soldado no piensa, no razona solo obedece”. Palabras que transmiten la ideología del mutismo y el silencio de la dictadura militar.

Velazquez Ibarra, el querellante

El abogado Pedro Velazquez Ibarra quien fue víctima del terrorismo de estado y es uno de los querellantes en la causa dialogó con nuestro medio y expresó “es muy importante lo que ocurre pues es la primera vez que un soldado da un testimonio tan categórico, tan clave para entender lo que fue la represión y lo que fueron los hechos investigados en la causa Carrillo que es la causa principal y de la cual se derivan todas las otras, nunca pudimos lograr hacer compadecer a soldados que por lo general no mienten, es mas si se ve las nóminas los soldados fueron destruidos sistemáticamente, este caso es un soldado que vive actualmente en Buenos Aires y que casualmente vio por Internet el juicio al general Colombo y se enteró de que yo estaba vivo que no había muerto en la represión entonces se comunicó conmigo como me conocía y se ofreció a dar su testimonio que es valioso e impactante, así de a poco vamos avanzando, sobre todo para que quede constancia para la historia.”.

Por lo tanto aseguró es primordial esto ya que están muy trabadas las acciones para realizar un nuevo juicio por las discrepancias que existen con la fiscalía, tanto los querellantes como los defensores de los imputados, ya que el fiscal Luis Benítez da sobrados motivos para cuestionarlo en su actuación en todo sentido eso hace que todo se demore, y afirmó “ ha favoreciendo a la impunidad hasta hoy día no se ha logrado una sola causa a las decenas y decenas de víctimas que dejó el terrorismo de estado en la zona del Pilcomayo en particular, donde estuvo el mayor Rearte a cargo de la represión, con gendarmería, prefectura, policía provincial, no logramos que cierre una sola causa y por el contrario están impulsando una segunda causa al general Colombo que ya no tiene razón de ser, ni en lo histórico ni biológico pues a una persona de 85 años que se le de una nueva condena no tiene ningún sentido”.

Por último agregó “somos solo un grupo de personas que hemos dado una muestra de cómo se defiende la vida, la libertad, en Formosa, convivimos con los represores esto no se da en otras provincias, hay que ser poste para la democracia porque no puede ser una democracia plena mientras continúe tanta gente desaparecida, echando un manto de olvido y aceptando que en Formosa están libres absolutamente todos los represores. Pero seguiremos dejando testimonio con los valores que sostenemos, la defensa de la vida, la libertad y la democracia para que se consolide”.

Fuente: H.I.J.O.S. Formosa

domingo, 27 de noviembre de 2011

Mario Villani, sobreviviente de cinco campos clandestinos

“Desaparecido reaparecido, ése fue mi paso por el infierno”

Mario Villani sobrevivió porque arreglaba lo que robaban en los secuestros. Lo obligaron a reparar la picana y la modificó con menos carga eléctrica. El cautiverio más largo en los campos clandestinos de la dictadura.

 Por Nora Veiras

“Soy un desaparecido, un sobreviviente, o si se quiere un desaparecido reaparecido. Este es el relato de mi paso por el infierno.” Así se presenta Mario Villani en Desaparecido. Memorias de un cautiverio. El libro escrito junto a Fernando Reati es mucho más que un testimonio, es una despiadada y lúcida reflexión sobre el dilema de la vida en cinco centros clandestinos de detención. A lo largo de cuarenta y cuatro meses pasó por el Club Atlético, El Banco, El Olimpo, el Pozo de Quilmes y la ESMA. “Maldito si lo haces, maldito si no lo haces”, repite este físico que a los 72 años desmenuza sin pudor qué significa “colaborar”, cuál es el límite que cada uno le pudo poner a esa convivencia con el terror. “En mí vieron la posibilidad de utilizarme, de reparar lo que les robaban a los secuestrados, me tuvieron trabajando de bricoleur”, dice con una ironía elaborada durante años de pensar en la complejidad de la condición humana de torturadores y torturados.

Villani contó ante tribunales de Argentina, Francia, Italia, España cómo después de negarse a reparar la picana eléctrica de Antonio Del Cerro, alias “Colores”, un torturador que se ufanaba de su arte en la aplicación de tormentos, aceptó hacerlo. Le disminuyó la descarga. Durante una semana había escuchado los gritos de compañeros sometidos a la corriente directa. Los paros cardíacos se repetían, las muertes también. En Desaparecido, Villani y Reati, recuerdan esta y otras historias.

–¿Cómo jugaba la inexistencia de fronteras entre represores y secuestrados en los centros clandestinos?

–Eso fue determinante para todo. Estábamos inmersos en el espacio del represor. No existía la posibilidad de discutir entre nosotros, de analizar entre nosotros lo que nos estaba pasando, de apoyarnos: estábamos siempre mezclados con los torturadores. Ese borrado de fronteras, además, es unilateral: la libertad que el preso tiene a pesar de estar preso que es el momento de privacidad en la cárcel, nosotros no lo teníamos. Había torturadores como El Turco Julián, por ejemplo, que se quedaban a dormir.

–Usted estuvo casi cuatro años secuestrado.

–Estuve en cinco campos: desde noviembre del ’77 a agosto del ’81. He sido uno de los que más estuvieron. No es común que haya gente que haya estado tanto tiempo y en tantos campos. Supongo que debe haber influido el hecho de que a mí me usaron para reparar equipos de electrónica, electrodomésticos, que además eran cosas que se robaban y tenían que ponerlos en condiciones para llevárselos a sus casas o para venderlos.

–Es increíble cuando usted les pide herramientas y le traen la mesa de trabajo que había diseñado y tenía en su casa.

–A mí me habían secuestrado el 17 de noviembre del ’77 y eso me lo trajeron alrededor de marzo-abril del ’78, es decir que en algún lado lo tenían.

–En el libro estremece la reflexión sobre el significado de colaborar en un campo clandestino. ¿Qué significa colaborar, cuál es el límite?

–Me resultó difícil procesar eso. Todo es colaboración: que te vean vivo ya es una colaboración, aunque uno simplemente respire delante de otro. El otro recién secuestrado ve que uno está vivo y piensa a lo mejor “yo me salvo también”, es una forma de controlarlo mejor, es involuntaria e inconsciente, no es una colaboración deliberada, pero los tipos utilizaban ese mecanismo. De ahí para adelante hay un montón de escalones de colaboración. Yo colaboré. Colaboré reparando. No colaboré torturando, no colaboré interrogando, no colaboré entregando gente. Pero, por ejemplo, secuestraron a uno de mis mejores amigos, en una cita conmigo.

–¿Cuénteme cómo fue?

–A Gorfinkiel lo secuestran a pesar de los esfuerzos que yo había hecho. Yo tenía una cita agendada codificada para el mismo día en que me secuestraron, no dije nada, me callé la boca y se dieron cuenta al siguiente, me volvieron a torturar. Supongo que debo haber admitido que sí porque total había pasado la cita. Además teníamos un convenio los que estábamos en el mismo ámbito: normalmente usábamos un número de teléfono alquilado para pasarnos mensajes. La única forma de comunicarnos era a través de lo que llamábamos buzones, pero sospechábamos que ese teléfono estaba pinchado, entonces decidimos conservar ese buzón para pasar mensajes de alarma: si un mensaje llegaba a ese buzón había que desconocerlo y pensar “se pudrió todo”. Cuando me ordenaron llamar, pensé: “Esta es la mía” y dejé un mensaje ahí porque era el que usábamos como alarma, yo lo llamo a ese buzón y le dejo una cita... Y Jorge fue... No tendría que haber ido. Poco después, yo repartiendo la comida en el campo, le llevo la comida a la celda y se pone a llorar y me pide disculpas por no haber cumplido con la consigna. Ahí nos pusimos a llorar los dos. Yo le dije: “Pero escuchame, soy yo el que te entregó”.

–Usted cuenta que paradójicamente al ser secuestrados sentían cierto alivio por no seguir siendo perseguidos.

–Además del alivio de no estar perseguido se sumaba el hecho de que yo, por lo menos, no tenía la certeza de que me iban a matar: pensaba que por ahí me salvaba. Pensaba “se acabó, no corro más”. Fue pasando el tiempo y llegué a convencerme de que estábamos todos condenados a muerte. El alivio se terminó, continuó en el sentido que no seguía la pelea, no tenía que seguir escapando, pero estaba condenado.

–A pesar de todo su objetivo era sobrevivir un día más, renovar la esperanza a pesar del horror en que vivía...

–Es agotador pero a mí me resultó imprescindible. No me podía permitir hacer planes de futuro, no me podía permitir lamentarme y decir si salgo en libertad, me voy al exterior, no milito más o milito más. Me di cuenta de que si hacía eso no estaba prestando atención al aquí-ahora y era imprescindible que estuviera siempre atento, si no podía ligármela en cualquier momento. El único plan que me permitía hacer era llegar vivo al día siguiente.

–Usted reflexiona sobre la dificultad de armonizar la necesidad de afecto con la desconfianza sobre todo. ¿Cómo se resolvía ese dilema?

–La vida en un campo de concentración es una vida esencialmente dilemática. Continuamente estás frente a situaciones de “Maldito si lo haces” y “Maldito si no lo haces”. A mí me sirvió el olfato, como línea general sabía que tenía que desconfiar pero no se puede vivir desconfiando. Llega un momento que uno lo siente por la piel, a veces te equivocás pero es el riesgo que corrés. Largabas alguna opinión pero no todas, con otro te abrías totalmente. Eso viene mezclado con la cuestión afectiva que es muy importante, que no es solamente formar pareja, lo afectivo se puede reducir a una mirada, un roce, los pequeños toques de contenido afectivo son básicos en un marco como ése. Para mí, la situación más importante fue con Juanita... (N de R: Juana Armelín, una chica que había militado en el Partido Marxista Leninista de La Plata que entabló una relación con Villani que el represor Samuel Miara, alias “Cobani”, detectó y usó para humillarlos hasta que la hizo desaparecer).

–El caso que muestra la perversión de Cobani.

–A Cobani lo tengo acá (se señala entre ceja y ceja). Yo no tengo odio, tengo bronca, pienso que hay que condenarlos. Pienso que si bien yo en mi interior los condeno, no soy quién para condenar a nadie, será un juez o la Justicia, pero con Cobani no puedo ser tan objetivo. Por suerte después conocí a los hijos de Juanita, nos hicimos amigos y a través de esa relación por lo menos les pude contar.

–¿Cómo superó el saber que hubo secuestrados que colaboraron al punto de torturar a sus compañeros?

–Es una tortura más para el conjunto: para los prisioneros que ven que hay ex compañeros que se dieron vuelta, no saben si ellos no pueden llegar a caer en la misma. Antes creían que eran puros y resulta que terminaron así, en el fondo implica que nadie está a salvo de eso. Por otro lado, no es lo mismo que te torture un torturador que un ex compañero, pero además esa tortura no es sólo para el que está siendo torturado sino que el que tortura está sufriendo una tortura aunque no tenga conciencia de ello.

–Ni siquiera esa degradación extrema les garantizaba la vida, no implicaba un salvoconducto.

–No fue una garantía. En general fueron bastante despreciados, los usaban porque eran útiles, salvo algunos que terminaron pasándose con armas y bagajes para el otro lado. En general los usaban y los tiraban, eran forros.

–Usted cuenta el caso de un hijo de un secuestrado-torturador al que no dejan entrar a la agrupación Hijos.

–Eso es muy duro: qué culpa tiene el hijo de lo que hizo el padre. Son situaciones muy complejas, el ser humano es complejo, no es lineal. Esos hijos que no lo dejaron entrar estaban viendo un retoño del que torturó a sus padres y de un traidor. No se trata de justificar o no, hay que tratar de entender.

–Usted dice que le sirvió comprender que eran seres humanos los torturadores.

–Hitler era un ser humano. Me sirvió para manejarme con ellos. El relato ése del torturador que me torturaba y le dije: “No te entiendo”, me abrió los ojos. Cuando le dije que a él lo estaban usando, me dijo hijo de puta pero paró de torturarme. Otra cosa, todavía hoy tengo que pelear contra una parte de mí que se pasa de rosca pensando “a estos hijos de puta los quiero reventar” porque en ese caso yo no me diferencio de ellos. Yo no soy como ellos y eso lo tengo que defender a muerte. Esa lucha que fue dentro de los campos, sigue hoy. Que ellos me vieran a mí como una cucaracha, como un ser despreciable, primero es su visión maniquea del mundo. Si yo tengo esa misma visión, soy igual que ellos.

–¿Cómo vive el desenlace de los juicios a los represores: como una reparación, como una tarea cumplida?

–Está la parte racional, lo vivo como reparación, como decir gané –no sé si decir gané porque no creo estar libre del todo como no creo que vos lo estés tampoco–. Logré sí hacer algo que intentaron impedir que hiciera. Por otro lado hay una cosa que me gratifica: no soy yo solo, es una sociedad que va cambiando. Todavía hay quien dice por algo será, que deberían haber matado a todos. Son procesos largos, complejos y contradictorios: como suma me parece que van en la dirección correcta. Estas condenas son un fruto de muchos años de lucha de mucha gente, y son un fruto también de la maduración interior de la sociedad.

–El compromiso de dar testimonio, ¿puede implicar que ese horror no se repita?

–Lo que hago está dirigido a que eso pase, pero no es indefectible que pase. Pienso que no hay que bajar los brazos. Hay que estar atentos siempre porque las fuerzas que hicieron producir esto están presentes en todo el mundo. Los que tienen en sus manos el poder se defienden con uñas y dientes: mientras les sirva hacerlo con métodos civilizados lo harán, pero si no recurrirán a cualquier método.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Margarita Camus se representa a sí misma y a otras víctimas del terrorismo de Estado.

“Tenerlos enfrente (a los represores), demostrar con pruebas todo el mal que hicieron. Esa fue la única razón por la que estudié abogacía”, dice.

 Por Ailín Bullentini

Margarita Camus llegó con sus padres al Regimiento de Infantería de Montaña Nº 22 de San Juan, desde donde la habían citado, en noviembre de 1976. “Quedé a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y me trasladaron al penal de Chimbas, donde me torturaron”, rememoró en una entrevista con Página/12. Hoy jueza de Ejecución de Penas en San Juan, Camus es querellante –y su propia abogada– en el primer juicio por delitos de lesa humanidad que se desarrolla en la provincia, en el que están imputados trece represores, entre ellos el militar retirado Jorge Olivera y quien fue jefe del Tercer Cuerpo del Ejército, Luciano Benjamín Menéndez. “Los veo y me acuerdo de la Margarita de 20 años, desnuda y encapuchada, que ellos sometieron. Ahora puedo decirles en la cara que por todo eso irán presos”, dijo Camus, que también patrocina, entre otros, a su hermano Eloy, también detenido y torturado, y a su hermana María Julia.

–¿Por qué decidió ser su propia abogada?

–Existen demasiados detalles que sólo uno, que lo vivió, sabe cómo describir. Como abogada, el hecho de haber sufrido el terrorismo de Estado en cuerpo, mente y alma me avala para traducir mejor esas vivencias en herramientas de justicia para mí y el resto de las víctimas. En lo personal, además, es una manera de cerrar una herida. Tenerlos enfrente, poder demostrar con pruebas concretas todo el mal que hicieron, ésa fue la única razón por la que abandoné sociología (estaba en tercer año de la carrera cuando fue víctima de la dictadura) y estudié abogacía cuando me dejaron en libertad.

–¿Por qué la detuvieron?

–Me citaron desde el RIM Nº 22. Mis padres me llevaron, me recibió el jefe del regimiento y me hicieron quedar. El tipo me entregó al teniente (José) Olivera, el jefe de la patota. Después de unos días de estar allí me trasladaron a Chimbas. Quedé a disposición del PEN. Llegué y fui directo a interrogatorio que el grupo de tareas hacía en la “escuelita” del penal –el aula donde los presos estudiaban–, donde me torturaron con picana, con golpes. Me llevaban atada de manos y encapuchada. Me manosearon y me hicieron simulacros de fusilamiento. De vez en cuando mi abuelo (el ex gobernador depuesto de San Juan, Eloy Camus), que estaba preso ahí también, me veía cuando me sacaban encapuchada y golpeada de la “escuelita”. Lo hacían a propósito, para torturarlo psicológicamente. En el ’77 me llevaron a declarar a un juzgado federal por mi supuesta causa, que iniciaron con un papel que me hicieron firmar encapuchada, golpeada y con un revólver en la cabeza. Dije que yo no había dicho nada de lo que figuraba en ese documento y que quería denunciar todo lo que me hacían en Chimbas.

–¿Qué dificultades encontró hasta llegar a este juicio?

–Las declaraciones ante tribunales militares, recién iniciada la democracia. Me acuerdo de mí y de mi hermano viajando 200 kilómetros para declarar en un cuartel militar de Mendoza, el terror que significó contar todo en un lugar lleno de militares. Muchos sobrevivientes no quisieron pasar por ese momento. Había mucho miedo, había pasado muy poco tiempo y esos tribunales no fomentaban en absoluto ese primer paso. Luego vinieron las leyes de obediencia debida y punto final, los indultos, golpes tremendos. Con los Juicios por la Verdad nos fuimos levantando, y la reapertura de las causas fue un renacer. Y entonces, otro golpe: los camaristas federales mendocinos y la revelación de la connivencia del Poder Judicial con el aparato represivo del Estado. Ahí caímos en por qué las causas tardaban tanto en avanzar, o por qué Cuyo tiene tan pocos represores presos. Los siete prófugos en este juicio son la consecuencia de la actuación de la Cámara de Casación mendocina.

–¿Qué provocó en la sociedad sanjuanina el inicio de este juicio?

–En San Juan siempre se silenció lo ocurrido durante la dictadura y cuesta que la sociedad participe. Aunque la presencia de la juventud durante la primera audiencia del juicio fue esperanzadora, las jornadas son públicas, pero casi toda la gente que participa tiene alguna implicancia. No hay público. El mensaje que se ofrece desde los medios masivos no ayuda. El tratamiento del juicio contra los apropiadores de un chico (Jorge Guillermo Goya Martínez Aranda) durante la dictadura jugó en contra; la foto que resumió todo el juicio según un medio grande de San Juan fue la que muestra al apropiado y a sus apropiadores sonrientemente abrazados. La ausencia casi completa de los organismos estatales de derechos humanos también es un tema. La Secretaría de Derechos Humanos no participó de la instrucción de este juicio (el que analiza su caso, entre otros 60) y se convirtió en querellante hace poco, pero no fue a ninguna audiencia. De hecho no reconoce a La Marquesita como centro clandestino de detención, cuando fue el único de la provincia en el que exclusivamente hubo secuestrados y torturados.

–¿Los imputados son representativos del funcionamiento del aparato represivo de la provincia?

–Falta la policía provincial. Uno de los prófugos, Juan Carlos Coronel, está sindicado como el jefe de esa fuerza, pero el tipo era un milico. Igual se va a poder probar cómo la estructura formal de las fuerzas no era, en realidad, la estructura real, aunque las órdenes eran dadas siempre en forma vertical y ninguno desconocía lo que sucedía. El trabajo sucio, en su mayoría, lo hacían los hombres de menor rango que integraban el grupo de tareas de San Juan y no superó las 30 personas, pero no fue una estructura que se armó con desconocimiento de los jefes. Olivera, acusado por casi todas las víctimas de este juicio, era teniente, un cargo bajo. Por otro lado, no se pudo juzgar a los jefes de cargos altos porque murieron ya. Ellos se sentían tranquilos, se manejaban con total impunidad. Los jueces impartían justicia para ellos.

–¿Qué ventajas o desventajas encuentra en la combinación de las cuatro causas que se analizan en este juicio?

–Hace tres años, en período de instrucción, las querellas pedimos la unificación de las causas. Recién las unificaron cuando fue el juicio. La unificación evitará el desgaste de declarar muchas veces a los testigos, pero también les exigirá un trabajo de memoria riguroso, porque hablarán para muchas causas en una misma vez. En cuanto a los imputados, la unificación de causas permitirá, en muchos casos, la existencia de una condena, ya que se podrá demostrar la sistematización de la represión: la patota torturadora era la misma. Además se podrá probar que los hechos que denunciamos los vivos también los sufrieron los muertos y los desaparecidos.

domingo, 9 de octubre de 2011

Angela Urondo.

Angela Urondo habla de la condena por los címenes contra sus padres y cuenta su historia, que ella misma supo de a poco. 

“Por primera vez el Estado me está devolviendo algo”

Cuando era chica, le dijeron que sus padres habían muerto en un accidente de auto. Por cuentagotas, se fue enterando de la verdad. Angela Urondo, hija de Paco y Alicia Raboy, habla aquí de la reconstrucción de su identidad y del descubrimiento de su condición de niña secuestrada.
Por Victoria Ginzberg
Tenía 16 o 17 años. Iba en el auto con su madre adoptiva. Salían del Club Náutico Bouchard, por Libertador, a la altura de la Escuela de Mecánica de la Armada. La mujer, que manejaba, soltó un insulto dirigido a un militar. Angela preguntó por qué. “¿Cómo por qué? ¿Vos me preguntás por qué? Si los militares mataron a tus papás.” Angela se quedó helada, en shock, se le caían las lágrimas. En Vicente López la mujer volvió a hablar: “Pero si vos sabías... te lo dije muchas veces”. Pero no. “A tus papás los mataron los militares, cómo no los puteás”, es el primer registro de Angela sobre lo que a partir de ahí y de a poco comenzó a reconstruir como su propia historia. “Pero entonces... ¿y el accidente de auto?”, se quedó pensando. Angela Urondo no vota, dice Angela Urondo. Angela Urondo no tiene un documento que diga Angela Urondo. Pero Angela Urondo existe. Y cómo. Dibuja, escribe, es esposa, madre de dos niños pequeños e impulsa varios juicios. El que acaba de terminar en Mendoza en el que se juzgó el asesinato de su padre y la desaparición de su madre, los procesos contra los funcionarios judiciales que hicieron todo lo posible para evitar que ese juicio se concretara y otro más, para recuperar su nombre, el nombre de sus padres en la partida de nacimiento y acabar con lo único que todavía la une a su familia adoptiva: los papeles, el DNI.
Angela Urondo es hija de Francisco “Paco” Urondo y Alicia Raboy. Pero a ella no le fue tan fácil saberlo. El 17 de junio de 1976, en Guaymallén, Mendoza, el auto en el que viajaban los tres junto a René Ahualli fue
interceptado y atacado a balazos. Urondo, poeta, periodista y desde hacía unas semanas responsable de la regional Cuyo de Montoneros, les dijo a las mujeres que había tomado la pastilla de cianuro para que ellas se fueran, se escaparan. No era cierto. Lo asesinaron a los golpes, con un culatazo en la cabeza. Raboy fue secuestrada y llevada al D2, el centro clandestino más grande de la provincia. Hasta hoy sigue desaparecida. “La Turca” Ahuali fue herida pero logró escapar. Angela tenía once meses. Fue encontrada por su familia veinte días después en la Casa Cuna. Antes, pasó también por el D2.
“Sé que estuve en el D2 y sé que estuve en la Casa Cuna, porque los recuerdo. Cumplí un año estando ahí. Siempre tuve sueños recurrentes y de grande me di cuenta que podían responder a estos lugares. Había como un jardín de infantes, como edificios con pabellones que se continuaban, habitaciones oscuras con niños, mirillas que se abrían en las puertas o ventanas angostas... Cuando me di cuenta, fui a Mendoza a buscar los lugares y los encontré. Soñaba con unas ventanitas angostas y largas por encima de la altura de la cabeza y eso está en la Casa Cuna. Hablé con unas señoras que trabajaban ahí desde aquella época y se acordaban de mí. Lo que no tengo es certeza de en qué momento fui trasladada del D2 a la Casa Cuna. Es muy impresionante porque yo dibujé esos lugares, hice cuadros, ensamblando tal vez dos o tres lugares, la perspectiva de una esquina, pero desglosando pedazos de arquitectura fui encontrando cosas muy particulares. Yo pensaba que del D2 me habían llevado enseguida a la Casa Cuna porque no sabrían qué hacer con los niños, pero durante el juicio escuché testimonios de otros sobrevivientes y hay muchos casos de chicos que pasaron por ahí y fueron llevados a la sala de torturas y tratados como si fuesen adultos. Fui tomando conciencia de mi propia situación y de que lo de los chicos fue sistemático. Se habla bastante de los niños apropiados, pero también hubo niños detenidos desaparecidos.”
Por el asesinato de Urondo, la desaparición de Raboy y delitos de lesa humanidad contra otras 22 víctimas del terrorismo de Estado, el jueves fueron condenados en Mendoza a prisión perpetua el ex comisario Juan Agustín Oyarzábal, el ex oficial inspector Eduardo Smaha Borzuk, el ex subcomisario Alberto Rodríguez Vázquez y el ex sargento Celustiano Lucero. El ex teniente Dardo Migno recibió doce años de prisión.
“Ttodos me preguntan cómo me siento después del juicio y siento alivio --dice Angela-- Pero también me pasa... hasta ahora el Estado siempre me había quitado: asesinó a mis padres, me quitó mi nombre y me quitó la posibilidad del resarcimiento porque había sido adoptada. Con el impulso del Ejecutivo, del Legislativo tuvimos este juicio. Y estamos trabajando en Mendoza para producir una limpieza en el Poder Judicial. Siento que el Estado me está devolviendo algo y eso de alguna forma desvictimiza. Si hubo dos crímenes, los asesinatos y las desapariciones y la impunidad, el primero no tiene forma de ser resuelto, el segundo sí, no por los 35 años que pasaron pero sí para el futuro”.
El viernes, Angela se durmió pensando en los represores condenados en ese juicio que duró casi un año. En que seguramente se estaban adaptando al frío del pabellón, al olor de la cárcel, a los fideos moñito. Pero también en que tuvieron un proceso justo, con todas las garantías y que nadie los va a torturar ni violar y los van a cuidar si se enferman.

Los principios de Angela

El pelo largo y abundante, los ojos grandes, los rasgos definidos, los tatuajes. Angela Urondo no pasa desapercibida. Tiene, lo que se dice, presencia. También habla segura, tal vez porque la mayoría de sus palabras son producto de reflexiones anteriores. Escribe en un blog Pedacitos los relatos con los que fue re-armando su vida. Y en otro, Infancia y Dictadura, recopila anécdotas, sueños, momentos vividos por quienes fueron niños durante el terrorismo de Estado.
–¿Por dónde empezamos? –pregunta en la mesa de un bar del barrio del Abasto.
–¿Por el principio?
–¿Y cuándo es el principio? ¿Cuando nací, cuando me enteré, cuando me secuestraron? Creo que es a los 20, cuando supe la verdad.
–¿Y antes cómo fue? ¿Cómo saliste de la Casa Cuna?
–La compañera de mis padres que sobrevive avisa a Montoneros y a mi familia. Después de muchas vueltas por distintas instituciones logran averiguar que yo estaba en la Casa Cuna y me van a buscar. Me retiran, sin papeles, porque ya era viernes a la noche y porque el juez de turno se había ido a su casa. Mi tía paterna, Beatriz Urondo y mi abuela materna, Teresita, fueron a la Casa Cuna con una foto mía y la que era la vicedirectora del lugar me entregó. Ella misma me lo contó. Le muestran a la vicedirectora una foto mía y ella les deja verme. Yo me les prendo al cuello y ella ya no se atreve a separarnos y firma un acta haciéndose responsable de entregar esa nena a esas personas. Después se arrepiente. Va a la casa del interventor del Consejo del Menor y la Familia a explicarle y a decirle que nos podían ir a buscar al hotel. La que tuvo más actitud de encontrar algo fue mi tía, de hecho me encontró a mí en la Casa Cuna y además encontró el cadáver de mi papá y logró recuperarlo de la Morgue Judicial y enterrarlo acá en Buenos Aires. Le propuso a mi abuela ir a buscar a mi mamá y mi abuela tuvo mucho miedo. Creo que mi abuela pensaba que ella estaba muerta, pero ahora yo tengo mis dudas. Mi abuela le promete a mi tía que me iban a criar juntas pero en algún momento entre julio y diciembre cambia de opinión.
¿Y con quién te quedaste?
Mi abuela hizo algunas reuniones con sus hijos y la parte materna de la familia para decidir qué iban a hacer conmigo. Sentía que no podía hacerse cargo de mí, tenía leucemia y murió unos años después. Sentía que al quedarme con ella iba a sufrir una nueva pérdida. Por otro lado, mi hermana (Claudia, la hija mayor de Urondo, desaparecida en diciembre de 1976) reclamaba mi tenencia porque lo había hablado con mi papá, que si a alguno de los dos les pasaba algo, el otro se hacía cargo de los chicos. Ella ya tenía hijos. En el momento que mi hermana va a reclamar, mi abuela se escapa de esa situación. En diciembre, mi hermana desaparece y a mí me entregan a quienes mi familia materna decide que van a ser mis padres. Mi madre adoptiva era prima de mi madre biológica. Mis abuelas materna y adoptiva eran hermanas y muy cercanas. Vivían en la misma cuadra, en dos edificios que daban espalda con espalda y compartían el teléfono con el cable.
–Pero hubo una decisión de ocultarte tu historia....
–El marido de la prima de mi madre era un hombre que necesitaba tener un control absoluto sobre las cosas. Ellos estaban queriendo tener hijos hacía varios años (después tuvieron) y la situación que se dio no era lo que querían, pero era lo que más se acercaba a la posibilidad de tener hijos. El plantea que si va a ser el padre, va a ser el padre, todo el resto desaparece bajo la faz de la tierra. Ahí se termina de decidir la separación de mi familia, que era una familia muy expuesta, por el apellido, porque era muy politizada, pero era mi familia, era lo que me correspondía a mí.
–¿Y qué te dijeron?
–Siempre supe que era adoptada, pero no era algo que nadie mantuviera presente. Cuando tenía tres o cuatro años, jugando con mi prima detrás de una cortina, ella me dice “¿vos te acordás de tu otra mamá?”. En cuanto me lo dijo, me acordé. Mi padre adoptivo reprimió la situación. Preguntaba por qué alguien me estaba hablando de eso. Yo seguía teniendo contacto con mi abuela biológica, pero ella no me hablaba de su hija, ejercía su rol de abuela, lo compartía con su hermana, pero nadie hablaba de mi madre, nadie la recordaba, no había fotos de ella. En el único lugar donde yo la vi era en las fotos del casamiento de mis padres adoptivos, ella aparecía entre los invitados, era una carita requetechiquitita y estaba ahí porque era el casamiento de ellos. Fotos de mi mamá existían y no estaban ahí para mí. A mi padre lo quisieron correr por algunas razones y por otras razones a mi madre también la fueron omitiendo.
–¿Y de tu papá no decían nada de nada?
–No había lugar para preguntar. Yo no preguntaba. Fui a vivir con esa familia cuando todavía no sabía hablar y ellos nunca me enseñaron a hablar sobre este tema, a hacer preguntas sobre este tema, no me enseñaron palabras que pudieran abordar este tema. Y yo no preguntaba.
–¿Y tu mamá se había muerto porque...?
–En un accidente de auto en Mendoza. En el accidente había una figura paterna nebulosa, él también había muerto ahí, pero como si ellos no supieran nada de él. Yo me entero en etapas. Primero creía que era hija de una madre soltera, después había un padre nebuloso, después tenía un nombre, se llamaba Francisco y no me acordaba cómo era el apellido. Y así fuimos hasta los 17 años. Ellos me responsabilizan a mí porque no preguntaba, como si hubiesen estado dispuestos a contarme todo. Yo tenía sueños espantosos que hubieran tenido lógica y no podía ponerles palabras. Me despertaba espantada porque había soñado con un jardín de infantes y unas puertas que se abrían y no podía verbalizar nada. Ahora entiendo muchas cosas, para mí fue muy aliviador saber la verdad porque muchísimas cosas tuvieron sentido. Todavía estoy atando cabos, todo el tiempo.

Los Urondo

Después del día en que recibió aquel “cómo no puteás a los militares si mataron a tus papás”, Angela se fue enterando cosas por cuentagotas. Un poco más, cuando sus padres adoptivos se separaron. Algunos datos fueron apareciendo de a poco y ya no sabe cuándo los supo. “Tu papá escribía libros... de economía”. Y ella iba, sin suerte, a las librerías a buscar algo sin saber bien qué. Una vez alguien le dio una foto en blanco y negro y, otra vez, la fotocopia de un poema. Pero sabe el momento preciso en que fue consciente de que tenía otra familia. Su familia.
En 1994, cuando los familiares de desaparecidos empezaron a recibir las indemnizaciones, su familia materna organizó un cónclave “para discutir si correspondía invitar a Angelita a que charlemos si quiere ir a cobrar o no”. Decidieron que sí. Le preguntaron. Ella contestó que sí. “Era la primera vez que me invitaban a hacer algo como quien yo era”, invoca.
Así fue, con su madre adoptiva, a la Secretaría de Derechos Humanos. Las atendió una chica joven. Angela dijo:
–Vengo por la Ley 24.411.
–Bueno, ¿tus familiares quiénes son?, le preguntó la chica.
–Soy hija de Alicia Raboy y Francisco Urondo –cuenta que dijo y ahora agrega “que para mí no era nadie”.
A la chica en cuestión se le llenaron los ojos de lágrimas.
–¿Vos los conocías? ¿Eras amiga de ellos? –preguntó.
–A tu mamá no la conocía, a tu papá sí. Leí sus libros.
–Ah... yo no.
“Yo pensaba ‘qué le pasa a esta chica, si escribía libros de Economía, un embole’. Ella me miró como con compasión y estuvo a punto de regalarme un libro, yo le vi la intención. Pero estaba mi madre adoptiva al lado y se notó la situación.”
Cuando el trámite volvió a sus cauces burocráticos, le pidieron el documento y resultó que, como tenía una adopción plena, no estaba acreditada legalmente para acceder al beneficio. “Había perdido mi carácter de heredera y mi derecho a cobrar la indemnización, no así quienes fuesen herederos directos de mis padres. Entonces decimos que en el caso de mi mamá los herederos pasarían a ser sus hermanos, y como ellos de alguna manera me habían propuesto ir a cobrar, supuse que no iba a haber problema. Pero de mi papá no tenía ni idea. Ahí fue la primera vez que pensé en quiénes serían los herederos de mi papá, si tendría padres, hermanos, hijos. De mi papá no sé nada, digo. Hasta ese momento yo tenía registro que existía un padre, el nombre del padre, pero nunca jamás pensé en que había una familia alrededor de ese padre. Nos vamos y en el auto, mi madre adoptiva empieza a hablar, a decir todo lo que sabía y hasta ese momento había sostenido que no sabía. Me dice que bueno... que creería recordar que mi papá habría tenido unos hijos antes con otra esposa, con lo cual serían más grandes que yo mis hermanos. A mí se me puso la piel de gallina, no podía creer que tenía hermanos en el mundo y no los conocía, que existían personas en el mundo que eran mis hermanos y yo me los podía haber cruzado en el colectivo. Y ella seguía hablando y decía que no estaba segura de si esos hermanos míos habrían sobrevivido a la dictadura, que ella creía que mi hermana mayor... –y yo veía que tenía una hermana mujer y un hermano varón– había sido desaparecida por los militares también. Ella sabía un montón de cosas que me las estaba largando como una fresca total. En ese momento yo dije que los iba a buscar y que iba a llegar hasta las últimas consecuencias para obligar a esa familia a que me dé mi parte de la indemnización. A mí me acababan de dar permiso para ser hija de mis padres por la indemnización, así que yo me agarraba a eso. Ella me aclaró que mi hermana estaba muerta, que me encargue de buscar al hermano. Y a partir de ahí, un mes o dos meses después ya estaba en contacto con mi hermano, Javier”.
–Pero ¿cómo fue?
–La mujer de mi hermano trabajaba con una mujer que había sido amiga de mi mamá de la secundaria, que a la vez era conocida de una amiga de mi madre adoptiva... hubo un permiso de que todas esas puertas se abrieran. Los contactos existieron todo el tiempo. Todo el tiempo ellos conocían, sabían. Ahí descubrí que tenía familia.
–¿Y cómo fue el encuentro?
–Una semana después, de la secretaría me preguntaron si yo tenía interés en contactarlo, que había alguien que podía llegar a conocerlo. Yo tenía que dar el OK para que le pasasen el teléfono. Javier me había conocido cuando yo era chiquita. Se acordaba de mí. Tenía fotos mías de bebé. Lo llamé pensando en escuchar la voz y cortar, pero no le pude cortar. Cuando me preguntó dónde estaba me di cuenta de que él no sabía de verdad dónde estaba yo. Se vino a mi casa. Mi madre adoptiva estaba presente en ese primer encuentro. Yo no entendía por qué no me habían venido a buscar, pensé que había sido una elección de ellos. En ese momento, con mi madre adoptiva haciendo el cafecito, mi hermano me explicó como pudo que las cosas no habían sido tan así, que ellos no habían tenido posibilidad de encontrarme, que les habían cerrado todas las puertas, y de a poco yo empecé a darme cuanta de que había estado cautiva para esa gente y después me di cuenta que había sido lo mismo respecto de mí, que ellos habían estado aislados de mí.
–¿Y cuándo dijiste uy..., mi papá es Paco Urondo?
–Nunca fui muy cholula en ningún rubro. Nunca tuve ídolos.
–Bueno, pero hay algo que hace que, por ejemplo, la persona que te atendió en la Secretaria de Derechos Humanos se emocione.
–Capaz me di cuenta ese día. Me pasó un día que escuchando la radio había unos viejos leyendo unos poemas. Los viejos eran Juan Gelman y mi papá y yo lo supe recién cuando terminó el programa. Y fue muy shockeante haber estado escuchando su voz. Igual, cuando yo me reencontré con mi familia no había sido rescatada su figura pública como hoy, que es mucho más fácil acceder a su obra y a la memoria de su persona.
–¿Y cuándo fuiste entendiendo el compromiso político de tus padres?
–Sobre la marcha. Cuando me encuentro con mi hermano y le pregunto por qué no aparecieron en veinte años, para entender eso tuve que empezar a leer libros de historia. A la vez, mientras estudiaba la historia, me estudiaba a mí misma en otro contexto, me ponía en situación todo el tiempo. Sentía que un montón de cosas tenían lógica y que yo también tenía un rol social.
–¿Y ahora qué lectura hacés de ese compromiso?
–Uno como hijo de desaparecidos pasa por muchas etapas. Por etapas de enamoramiento y por tener a los padres como idealizados y por etapas de muchísimo enojo y durísimas críticas y cuestionamientos, por ejemplo de por qué se dio prioridad a los ideales y no a los hijos, como si no fueran lo mismo. Más de grande uno tiene a sus hijos y también entiende que la vida no es ajena a la paternidad. Me costó mucho encontrar y reconstruir cuál había sido la militancia y la vida de mi mamá. Mi papá escribía sus propias ideas, yo ya no necesitaba intermediarios, nadie que me contara como era. El me lo estaba contando todo el tiempo. El dejó obras que yo no puedo leer de manera abstracta, todo el tiempo creo que lo que escribió me lo escribió a mí en clave, porque todo tiene un sentido especial, aunque lo haya escrito muchos años antes de saber que lo iban a matar, él está dando un contexto a esa situación que después iba a ocurrir. Y a partir de que empiezo a tener acceso a todo esto empiezo a sentir la falta de mi mamá. Recién este año pude ir averiguando a raíz de una mujer que se contactó conmigo que había militado con ella, pude ir recuperando lo que fue la militancia de mi mamá entre el ’74 y el ’76. Por eso también el juicio me emocionó especialmente por mi madre.
–También hay una crítica tuya a la supuesta moral de las organizaciones armadas, porque a ellos se los cuestionó como pareja.
–Creo que mis padres fueron leales hasta último momento con la organización y la organización no les fue igualmente leal, por el hecho de que mi papá inicia una relación con mi mamá sin haberse separado de otra mujer. Ella se entera, se enoja y lo manda a enjuiciar. Y ella estaba a cargo de toda la rama femenina de Montoneros, era una mujer con mucho poder. A mi papá le hacen juicio revolucionario y se decide su traslado a Mendoza a pesar de que él había pedido que no lo mandaran a Mendoza o a Santa Fe porque eran lugares donde había vivido y lo podían reconocer. No era su deseo dar la vida, pero no se descomprometió de la situación. Creo que algún día después de que todos los genocidas estén presos y que esté claro que ellos son los genocidas, habría que hacer algún tipo de revisión, creo que nos deben alguna explicación sobre la desprotección.
–¿Qué te pasó cuando fuiste al juicio la primera vez?
–Todos me preguntaban qué te pasa con ver a estos hombres por primera vez y yo decía “no, yo a ellos ya los vi”. Es muy duro. Uno de ellos, Eduardo Smaha, se me quedó mirando a los ojos y nos mantuvimos la mirada por cinco minutos. Yo me acuerdo de él. No sé qué con él. Pero me acuerdo de esa cara. Me inquieta más lo que no me acuerdo que lo que sí me acuerdo.
–¿Cuál es tu situación con tu nombre?
–Todavía sigo en situación de adoptada, pero firmamos un acuerdo de desvinculación y espero que salga pronto.
–¿Con las condenas de esta semana cerrás una etapa?
–Desde que supe mi historia sentí que esto debía ocurrir. No podía entender cómo había impedimentos legales para que esto ocurriera, por qué no había habido justicia. No lo vivo como algo feliz. A veces la gente confunde y piensa que uno celebra. Para mí es muy triste tener que pasar por esto. Darte cuenta que pasaron un montón de chicos por salas de torturas, es horrible. Pero además de lo personal, siento que los juicios terminan con discusiones que se dan en la cola del banco, en la vereda, en el taxi, con gente que cree que tiene derecho a opinar que algo habrán hecho. Ahora todas esas discusiones se dirimen del otro lado del blíndex que nos separa del juez, en la sentencia. Falta mucho camino por recorrer. Hay muchos genocidas sueltos. A por ellos.