Este
12 de enero, Mirta Acuña de Baravalle hubiese llegado a los 90 años de
edad como un día cualquiera de no ser que dos incondicionales compañeras
de su lucha, Laura Jara Suazo y María Teresa Núñez, le insistieron que
debía festejarse su cumpleaños, es más, ellas lo organizarían le
dijeron. La cofundadora de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo se resistía
al acontecimiento hasta que encontró el motivo para aceptarlo: rendir
un homenaje a su hija Ana María Baravalle y a su yerno Julio César
Galizzi, detenidos-desaparecidos desde el 27 de agosto de 1976. Otra
motivación era que ese mismo día, su nieta o nieto (Camila o Ernesto)
cumplía 38 años de edad.
Laura y María Teresa aceptaron el desafío y trabajaron sin tregua
para lograr un equilibrado y cálido festejo-homenaje. Familia y
compañeros de lucha de ayer y de hoy, se reunieron a partir de las 20 en
una casa de derechos humanos, a unas cuadras de la histórica Plaza de
Mayo. En el ingreso había una gran pancarta con un mensaje y la foto de
Ana María y Julio César.
En el salón se preparó una mesa principal que la Madre y Abuela de
Plaza de Mayo compartió con su hijo Sergio, con Susana, una amiga de Ana
María, con las Madres Nora de Cortiñas y Elia Espen, y la Abuela Elsa
Pavón. Para los invitados se distribuyeron mesas en todo el salón y en
las paredes se colocaron fotos de momentos significativos en la lucha de
Mirta. “Ana es tu faro, sos digna discípula de tu hija”, fue el mensaje
que se mostraba en otra gigantografía.
“Soy reacia a estos encuentros de mis cumpleaños -dijo Mirta a los
presentes- pero hoy es un día muy especial: estamos deseando un feliz
cumpleaños al hijo de Ana y de Julio, a Camila o Ernesto, que también
nació un 12 de enero, por eso, cumplir años para mí tiene una doble
significación”.
Los conceptos y recuerdos transmitidos por sus compañeras de lucha
generaron emoción y sonrisas en Mirta. Se leyó un poema escrito por un
amigo de Ana María y Nora de Cortiñas manifestó: “Mirta, sos admirable,
38 años de permanencia en la histórica y simbólica Plaza de Mayo con tus
principios inalterables, con tu fuerza y convicción mostrando al mundo
que los derechos humanos no se negocian, no hay canje posible. El amor y
el respeto por tu Ana y todos tus hijos e hijas te impulsan a estar
presente en todo lugar donde se comete una injusticia. Tu solidaridad
traspasa las fronteras. Por todas y todos los que hoy no están y los que
están, seguiremos juntas. Hasta la victoria siempre. Venceremos”.
Elia Espen expresó el profundo afecto que sentía por su compañera de
lucha y la recordó en los inicios de su militancia: “Cuando yo iba a la
casa de las Abuelas, Mirta se movía todo el tiempo, era un cohete que
andaba de acá para allá, era muy trabajadora y luchadora”. También
mencionó “lindos momentos” que pasaron juntas cuando “la rutina” del
final de la jornada era “tomarnos un heladito”. El gusto por los helados
y el fervor por las innumerables propiedades del limón, llevó a otras
anécdotas que desataron las risas de quienes conocen esas “debilidades”
de Mirta.
Una cantautora deleitó con canciones de los 70 y un grupo de jóvenes
tocaron jazz, tango y boleros. Luego llegó una gran torta con una
mariposa de repostería encima. Fue la oportunidad para que Elsa Pavón
recordara que “estábamos en un acto en el jardín de la Asociación Anahí y
en el pañuelo de Mirta se posó una mariposa. Un proverbio azteca dice
que cuando un guerrero muere se convierte en mariposa para acompañar a
los que siguen luchando, por eso en la Asociación tomamos como símbolo a
la mariposa y a Mirta como una guerrera máxima en vida”. Aclaró que
cuando las Abuelas de Plaza de Mayo comenzaron a trabajar, “Mirta era
una guerrera máxima, era el alma real porque prácticamente trabajaba las
24 horas del día en la institución, a veces ni dormía por preparar las
investigaciones y todo lo que había que hacer al día siguiente”.
Consultada por la celebración de su cumpleaños 90 y los recuerdos por
su permanente lucha, Mirta Baravalle respondió que renegaba de la
“imposición” del año calendario: “yo no catalogo los años como tales, un
año, otro año y otro más, ¿por qué tengo que ajustarme a eso?”, se
preguntó y continuó: “No pienso en mi edad, yo sigo nada más, jamás
pensé tengo tantos años y la verdad que no sé cómo tengo que sentirme a
los 90. Yo me siento así como me ven ahora”.
Enviaron notas de saludos María Isabel “Chicha” de Mariani, Adolfo
Pérez Esquivel, Osvaldo Bayer y Daniel Viglietti, entre otros.
Además de Sergio Baravalle, Susana (amiga de Ana), Nora de Cortiñas y
Elia Espen (Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora) y Elsa Pavón
(Abuela de Plaza de Mayo y referente de la Fundación Anahí), se hicieron
presentes Carlos “Sueco” Lordkipanidse y Enrique Fukman (Asociación
Ex-Detenidos Desaparecidos), la nieta restituida María Victoria Moyano,
Marcela Gudiño (Colectivo Memoria Militante) junto a integrantes de la
“Mesa Todos por el Banco Nacional de Datos Genéticos”, Margarita Noia
(secretaria de Derechos Humanos de la CTA Capital), Pablo Pimentel
(Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Matanza), Alicia
Unzalu (coordinadora del Centro Cultural de la fábrica IMPA recuperada
por sus trabajadores) y las “Amigas de la ronda de Madres de Plaza de
Mayo–Línea Fundadora”, entre otras.
“BUSCAR A LOS NIETOS SIN OLVIDAR A NUESTROS HIJOS”
En la madrugada del 27 de agosto de 1976, instaurado el terrorismo de
Estado más brutal que se vivió en la Argentina, autodenominado Proceso
de Reorganización Nacional (1976-1983), militares del Ejército
fuertemente armados ingresaron a la vivienda de Mirta Acuña de Baravalle
y se llevaron a su hija Ana María y a su yerno Julio César Galizzi. La
joven cursaba un embarazo de cinco meses y el bebé, Ernesto o Camila,
nació en cautiverio el 12 de enero de 1977.
Durante varios meses, Mirta buscó sola a su familia y a comienzos de
1977 comenzó a reunirse con otras madres en la Plaza de Mayo para
acordar presentaciones de habeas corpus y reclamos en la Casa de
Gobierno y en distintos organismos estatales. La lucha se transformó en
resistencia colectiva pacífica pero activa y el 30 de abril de ese año
las mujeres comenzaron a marchar alrededor de la Pirámide de la Plaza.
Mirta fue una de las catorce fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo
que cada jueves se cubría el cabello con un pañal de tela blanca para
exigir una respuesta a la Junta Militar por el destino de sus seres
queridos y de otras personas que desaparecían en la Argentina.
En octubre de ese año, Alicia Zubasnabar de De la Cuadra, “Licha”,
también participante de las Madres, la invitó a formar un grupo de
abuelas para buscar a los nietos nacidos en cautiverio y también
desaparecidos. Bajo la consigna “buscar a los nietos sin olvidar a
nuestros hijos", Mirta de Baravalle y Licha fueron dos de las doce
mujeres fundadoras de las “Abuelas Argentinas con Nietitos
Desaparecidos”.
En 1980, resolvieron constituirse en una asociación civil y
denominarse de la forma que eran conocidas: “Abuelas de Plaza de Mayo”,
cuyo objetivo, entre otros, era localizar y restituir a sus legítimas
familias a todos los niños secuestrados-desaparecidos por la dictadura
cívico-militar y lograr el castigo correspondiente para todos los
responsables de esos crímenes de lesa humanidad.
Lo más notable de las Abuelas fueron las tareas de investigación y
búsqueda que encararon a fin de dar con el paradero de sus nietos. Sin
medios ni experiencia recorrían juzgados de menores, orfelinatos y casas
cuna. En más de una ocasión percibieron que funcionarios, jueces y
profesionales de la salud habían colaborado en la supresión de la
identidad de los niños, omitiendo investigar sus orígenes y facilitando
apropiaciones bajo el carácter de “adopciones” que no eran tales.
Las Abuelas también solicitaron apoyo a los líderes de los
principales partidos políticos de Argentina, entre ellos Ricardo Balbín
(Unión Cívica Radical), Ítalo Luder (Partido Justicialista) y Oscar
Alende (Partido Intransigente). Los dos primeros atribuyeron toda la
responsabilidad al accionar de los grupos guerrilleros, y el último se
negó a recibirlas. La misma indiferencia encontraron en los miembros de
la Corte Suprema de Justicia de la Nación y de la Conferencia Episcopal
Argentina.
Ante tanta desprotección en el ámbito nacional, las Abuelas
decidieron recurrir a la ayuda humanitaria internacional. En enero de
1978, le solicitaron al Papa Pablo VI su intervención en la cuestión de
los bebés desaparecidos, pero tampoco obtuvieron respuesta alguna.
Solicitudes similares fueron realizadas a UNICEF y a la Cruz Roja. En
todos los casos esas instituciones guardaron silencio o rechazaron la
petición.
El 5 de agosto de 1978, víspera del Día del Niño, el diario La Prensa
publicó la primera solicitada en la que se reclamaba por los niños
desaparecidos. El texto, que en Italia fue denominado “el Himno de las
Abuelas”, fue un factor decisivo para comenzar a movilizar a la opinión
pública mundial.
Amnistía Internacional realizó campañas y brindó apoyo organizativo y
financiero. Una de sus primeras actividades fue impulsar un petitorio
internacional por los niños desaparecidos que reunió 14.000 firmas,
entre ellas las de personalidades de gran renombre como Simone de
Beauvoir, Costa Gavras y Eugène Ionesco. Poco a poco, organizaciones de
derechos humanos en todo el mundo comenzaron a difundir la situación de
los niños desaparecidos en la Argentina.
El 6 de septiembre de 1979, la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (CIDH) de la OEA se instaló durante catorce días en la Argentina
para examinar la situación de los derechos humanos en el país. Las
Abuelas le aportaron a este organismo 5.566 casos documentados de
desapariciones. El 14 de diciembre, la CIDH presentó un extenso informe
en el que por primera vez, un organismo oficial cuestionaba a la
dictadura argentina por las “numerosas y graves violaciones de
fundamentales derechos humanos”, estableciendo el deber del gobierno
argentino de informar sobre cada una de las personas desaparecidas. En
su informe, la CIDH también dio cuenta de “la desaparición de recién
nacidos, infantes y niños, situación ésta en que la Comisión ha recibido
varias denuncias”.
En octubre de 1980, el argentino Adolfo Pérez Esquivel, quien estuvo
detenido-desaparecido durante la dictadura cívico-militar, sufrió cárcel
y tortura, recibió el Premio Nobel de la Paz por su lucha en defensa de
la democracia y los derechos humanos frente las dictaduras
latinoamericanas. Ello le permitió brindar mayor apoyo y difusión a las
acciones de las organizaciones defensoras de los derechos humanos
locales.
En 1986, por discrepancias internas, la Asociación Madres de Plaza de
Mayo se fracturó y Mirta Acuña de Baravalle integró el grupo llamado
Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, donde actualmente tiene el
cargo de secretaria. Además continúa en la búsqueda de su familia y en
la lucha por la memoria, la verdad y la justicia.
Crónica y Fotos: Liliana Giambelluca
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