martes, 30 de octubre de 2012

Los rugbiers desaparecidos


Abajo derecha: Recuerdo. De izquierda a derecha : Axat, Moura, Sánchez Viamonte, Barandiarán y Rocca.

La Plata Rugby Club cuenta con 17 jugadores que fueron desaparecidos durante la dictadura. En esos años muchos le decían “escuela de guerrilleros”. Familiares y amigos reconstruyen sus historias para Miradas al Sur.
1. Durante los años de la última dictadura, a La Plata Rugby Club muchos lo llamaban “escuela de guerrilleros”. Se decía que algunos de sus jugadores eran militantes comprometidos políticamente en un momento donde comprometerse políticamente no era lo “correcto”. Entonces: los persiguieron, los filmaron, los fotografiaron hasta en los entrenamientos. Hay quienes aseguran que había jugadores que marcaban a otros jugadores. Y así, con el paso de aquellos siniestros años, La Plata Rugby Club se transformó en la institución deportiva a nivel mundial con más jugadores desaparecidos o asesinados por una dictadura política: tiene 17 jugadores desaparecidos.

2. El rugby es un deporte de equipo en el que se avanza siempre hacia adelante pero mirando hacia atrás. Por eso, para hablar del pasado, mejor indagar en el presente. En sus hijos, en sus hermanos, en sus ex compañeros. Hay una especie de comunión entre ellos: se mueven juntos como hermanados por el silencio del recuerdo, como si por unos instantes tuvieran que conectarse con su pasado, un pasado que es presente. Entonces uno de ellos se larga con una anécdota, y así, se van largando todos y van caminando y avanzando hacia una parte del pasado, hacia una parte de sus vidas.

3. Para reconstruir estas historias hay que empezar hablando con el arquitecto y ex jugador Raúl Barandiarán. Estuvo dentro de la cancha con muchos de los jugadores desaparecidos. Eran sus amigos, los pibes con los que se iba de vacaciones, los integrantes de esas anécdotas. Raúl recuerda detalles, conversaciones, palabras, fechas. Cuenta que jugó con Mariano Montequín y Santiago Sánchez Viamonte y Jorge Moura. Su memoria es parte de una construcción. No permite que los recuerdos su hundan en el pasado. Al contrario, con ellos edifica, levanta montañas de recuerdos, construye a partir de la destrucción que puebla su pasado. Miradas al Sur le pidió que cuente cómo se vivía en esa época el día a día dentro del club. Raúl se acuerda de que “cuando volvió Perón en el ’73 todos los del equipo hicimos una asamblea en la casa de Hernán Roca, para ver quiénes iban a recibirlo. Los más zurdos decidimos no ir, pero sí los que ya tenían inclinaciones peronistas. Al otro día, en el entrenamiento, nos contaron cagándose de risa cómo les pasaban las balas en el medio del acto en Ezeiza. Así se vivía la cosa”. Y agrega: “Si hubiésemos sabido que iba a pasar lo que pasó, hubiésemos tomado más precauciones. Eran tan inteligentes, absolutamente distintos: me sorprende que con la inteligencia que tenían estos pibes, hayan podido derrotarlos.” Sobre la relación con sus compañeros en el club, Raúl, con nostalgia, recuerda: “Cada uno dentro del grupo cumplía un rol. Dentro del club, en broma, nos hacíamos llamar el ‘Ejército Revolucionario del Cisne’”. Hay un recuerdo que a Raúl lo conmueve. Cuenta que “para un seven fuimos a entrenar a San Bernardo porque mis viejos tenían casa allá. Yo había ido con Otilio (Pascua), y cuatro o cinco días después vinieron Santiago (Sánchez Viamonte), Mariano (Montequín) y los dos Mendy. Estábamos en la playa y ellos llegaron caminando con un bolsito cada uno. Hasta el ’90, que falleció mi viejo, yo veraneé ahí, y siempre que iba a la playa miraba hacia el sur esperando que vuelvan, que aparezcan ellos a lo lejos, otra vez con el bolsito”.

4. Federico Moura es músico. Tiene el nombre y la nariz y los ojos de su tío, el fallecido líder de Virus. Es hijo del ex jugador y militante del ERP Jorge Moura. Una vez que empieza a hablar de su viejo, se larga, es como si por mucho tiempo hubiera estado sosteniendo el silencio dentro de su pecho. Ahora no. Vuelve a sacar la historia a la que se enfrentó de grande, la historia con la que también hizo música. “A mi viejo lo secuestraron en marzo del ’77 en la casa de mis abuelos, en City Bell. Un grupo de tareas disfrazado de operarios de Segba. Al tiempo de que estuviera detenido clandestinamente, mi abuelo movió contactos que tenía en ese entonces, y alguien le dijo que lo iban a poder ver una vez más. Mis abuelos se encontraron en el Parque Pereyra con mi viejo, lo vieron por última vez, les dijo que estaba bien y nunca más volvieron a verlo.”
¿Cómo hizo para enfrentarse con eso? “La historia de mi viejo la construí de más grande. Cuando pasó yo tenía cinco años. Dicen que uno borra, no sé por qué. Pero sí, hay como un bloqueo de los recuerdos. A los 13 años ya tenía conciencia de lo que había pasado con mi viejo. Lo asumí, lo incorporé y ahí me quedé. Y a los 25 empecé a escribir música, como si estuviera buscando en esa forma de arte algo de conexión con mi pasado”. Después de unos segundos en silencio, agrega: “Pero lo que me sigue comiendo la cabeza es cómo se murió, imaginarme la situación por la que pasó, cómo fueron sus días, qué le hicieron. El otro día se murió el viejo de un amigo, fui al velorio y vi el cadáver. Desde marzo del ’77 hasta el día de hoy no sé qué pasó con mi viejo. Pero lo acepto, es así.”

5.Hernán Rocca escribía. Araceli Rocca escribe. Araceli muestra un diario que había escrito su hermano. Un diario que es pura nostalgia y corazón y fotos de la época y resultados y observaciones y teorías acerca del juego, de todo tiene ese diario. En la última página hay un recorte, un recordatorio de un periódico de la época. Una mano anónima de la familia lo pegó ahí. El recorte dice: “Hernán Francisco Rocca, falleció el 28 de marzo de 1975”. Y ese recorte cierra el diario. Araceli habla de la historia de su hermano, de cómo se encontró con ella a través de la escritura. “Soy profesora de lengua y literatura. Ahora estoy escribiendo sobre mi hermano, haciendo algunas entrevistas con amigos y compañeros de él. Necesito dejar un testimonio de todo eso, contar lo que pasó. En mi familia no se hablaba nunca del tema. Un día, buscando entre las cosas de él, encontré su diario de viaje. Contaba que se había ido al sur y que llevaban libros de política y la guitarra. Su equipaje era eso. Tenía 20 años e hizo 10 mil kilómetros para tocar la guitarra y discutir de política.”
“Nosotros algo sabíamos en su momento. Hernán aparentemente había estado militando en la Juventud Peronista, pero no le dábamos mucha importancia. Del que teníamos más miedo era de mi otro hermano, Marcelo, porque sabíamos que militaba en un grupo de izquierda”, dice Araceli. “Antes de su desaparición –sigue–, Hernán llamó a uno de sus mejores amigos y lo invitó a tomar un café y le dijo que no militaba más. Lo mismo nos dijo a todos nosotros. La idea era proteger a su familia y su entorno, si militaba o no, la verdad que no lo sabíamos. El único que me dice que militaba es Raúl Barandiarán”. Raúl la mira, asiente y lo vuelve a confirmar.
Araceli continúa: “Nos llamó la atención que cuando el club hizo la gira a Europa, él, que era capitán, no quisiera ir. Dijo que se quería casar y que quería dar unas materias. Era raro que el capitán se quisiera perder el viaje de su vida con sus amigos”. La cuestión fue que ese jueves 27 de marzo rindió una materia, y a la tarde fue a entrenarse al club. Su novia y una amiga lo habían acompañado al entrenamiento y a las chicas les llamó la atención que había un Torino filmando a los jugadores. Cuando le avisaron, él dijo: “¿Qué, van a filmar un entrenamiento? Si los chicos están de gira en Europa. No tiene sentido”. Continúa Araceli: “De ahí se fueron todos a un asado y en el camino la chica insistió que los estaba siguiendo un auto. Hernán volvió a insistir en que no tenía sentido”. Cuando Hernán llegó a su casa, su padre sintió el ruido del auto y dijo: “Ahí vino Hernán”. Pero el auto volvió a salir a toda velocidad. “Esa misma madrugada apareció en Magdalena muerto con 21 balazos y los ojos vendados”, dice Araceli. El recuerdo vuelve de la mano con el dolor. “Hay que meterse en la cabeza de ellos, dejar a tus hijos para ir a luchar por un ideal. Para mí fueron héroes”.

6.Verónica Sánchez Viamonte también es arquitecta. Da clases de Historia en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de La Plata. Mira con unos ojos puros, una sonrisa amplia, como si por un efecto visual uno encontrara ese gesto siempre en una incontenible expansión. Asegura que tiene cosas de su padre, de Santiago, que según los que saben, fue uno de los mejores jugadores de toda la historia de La Plata Rugby Club. “Tengo recuerdos que no sé si los inventé o eran reales. Mis recuerdos son una parte inventados, parte de lo que me cuentan, y parte con lo que yo me quedo de lo que me cuentan. Por ejemplo, que mi viejo me llevaba en moto al jardín, y nunca tuvo moto. A mí eso no me lo sacás, si me sacás eso me muero”.
Verónica recuerda la historia familiar: “Yo tenía tres años; mi hermana dos. Vivíamos en Mar del Plata. Habíamos ido para allá por una cuestión de militancia de mis viejos: formaban parte del PCML, el Partido Comunista Marxista Leninista. Una semana antes de que desaparecieran, hubo un ‘operativo escoba’ donde barrieron a muchos del partido. Entonces mi mamá llamó a mis abuelos y les dijo que estaba enferma y que nos fueran a buscar. Mi abuela fue a la terminal de Mar del Plata, y mi viejo estaba ahí con nosotras dos. Nos fuimos con mi abuela, que siempre dice que en ese momento tuvo la sensación de que no lo iba a ver más a mi viejo”.
Verónica fue buscando la verdad desde chica. “Tenía una compañera y amiga en el colegio, Lucía, que era también hija de desaparecidos. A ella le habían dicho que los padres estaban en África; y a mí me decían que estaban en Mar del Plata. Y entonces nuestra conclusión era que si en África hay arena y en Mar del Plata también hay arena, nuestros padres habían sido tragados por arenas movedizas. Esa fue nuestra idea hasta que Lucía, un día en el colegio, me dijo que había visto el noticiero y que parecía que no eran las arenas movedizas, sino que matan gente. Así que empezamos a sospechar que por ahí no era África ni las arenas movedizas, sino que pasaba otra cosa”. “Hasta que un día –añade Verónica–, cuando había asumido Alfonsín, estábamos en el auto con mi tía. Ella iba adelante, se dio vuelta y nos dijo: ‘Les voy a decir la verdad, a los papás de ustedes se los llevaron, yo no se los dije antes porque yo los estoy buscando todavía, no puedo creer que los hayan matado’. Cómo me iban a decir que estaban muertos si ellos mismos no lo querían creer. Yo siempre me crié con la verdad, pero toda la vida estuve esperando a que mis viejos vuelvan. De la escuela me quería ir a mi casa para ver si mi vieja estaba ahí haciéndome la leche.”

7.Para contar la historia de Julián Axat primero uno debe decir que es poeta. También, defensor del fuero penal juvenil de La Plata. Defiende la palabra, la verdad, la suerte de los que no tienen suerte. Hay algo en su forma de ser, una tranquilidad que parece a punto de estallar, una mirada alejada pero cálida. Cuando Miradas al Sur le pide que hable de sus padres, la voz se le vuelve una sombra y mira hacia un punto donde no hay nada más que recuerdo: “Yo tenía siete meses. Mi mamá trabajaba como bibliotecaria en la Facultad de Derecho y mi papá era empleado del frigorífico Swift de Berisso. Militaban en Montoneros. Mi viejo ya había dejado de jugar en el club a los 18 años. Sabían que los habían cantado, tenían un dato de que los venían siguiendo. Mi abuelo les ofreció salir, y mi viejo no aceptó, decidió seguir yendo a su trabajo igual. En el frigorífico había una fuerte intervención militar; él militaba ahí adentro: además de ser obrero, militaba. Había hecho una radicalización política, porque salió del club se metió en la facultad y terminó de obrero”.
Axat se refiere a al proceso de proletarización que sostuvieron muchos partidos en esos años. “En ese momento Montoneros había sacado los Documentos de la proletarización, que buscaban organizar que determinados militantes se encuadraran dentro de la vida del obrero. A mi viejo le tocó entrar en los frigoríficos Swift, y ahí quedó. Lo pusieron como responsable de Montoneros dentro del frigorífico. Tenía siete personas a su cargo, siete obreros. Antes de chupar a mi viejo, chuparon a dos obreros. El 12 de abril del ’77 estaban durmiendo en el centro de La Plata en la casa de mi abuela. A mí me habían dejado con mis abuelos y mis tíos. Se sabe que se los llevaron esa noche y a partir de ahí no se supo más nada. Sí supimos después por algún testigo que estuvieron en el centro clandestino La Cacha, pero después no se supo nunca más nada”.
Julián dice que jugó al rugby muchos años. Su padre, su abuelo, sus tíos. Todos jugaron al rugby. “Mi abuelo era un obsesivo de este club. Venía desde cuando se llamaba Gimnasia y Esgrima de La Plata. Crió a sus tres hijos acá adentro. Mi tío Raúl llegó a jugar en primera. Y la anécdota es que cuando mis viejos desaparecieron, mi abuela siguió pagando la cuota durante años y años al cobrador que venía del club. Le pagó a mi viejo durante 35 años la cuota todos los meses”.

8.Y será esa cuota del club que una madre le sigue pagando a su hijo, porque lo espera, porque lo va a esperar siempre. O ese viaje en moto con papá, aferrándose al recuerdo de su pecho vibrante, inolvidable. O esa canción que se le canta al pasado, porque se lo enfrenta con cada grito que sale del alma, porque en cada nota hay un pedazo de dolor. O ese cuaderno mítico, con esas líneas garabateadas, con esas fotos que hablan, que siguen hablando, que hablaran siempre desde un presente que será perpetuo, joven, brillante. O esos tres pibes amigos que alguien, todavía, espera volver a ver, llegando desde el horizonte, desde el crepúsculo, la noche y el día, presente y pasado, justo esa línea, justo ahí, esperando para siempre a que vuelvan a ellos, que estarán vivos mientras existan estas palabras, estas personas que los recuerdan, que los mantienen vivos, encendidos en el recuerdo, como la luz del sol en el horizonte, que aunque parezca que se apaga, que ya deja de brillar, está ahí brillando, y estará siempre.

Lista
Los que ya no están

Lista completa de jugadores de La Plata Rugby Club desaparecidos o asesinados por la dictadura: Santiago Sánchez Viamonte (desaparecido), Mariano Montequín (desaparecido), Otilio Pascua (asesinado), Hernán Rocca (asesinado), Pablo Balut (desaparecido), Jorge Moura (desaparecido), Rodolfo Axat (desaparecido), Alfredo Reboredo (desaparecido), Luis Munitis (desaparecido), Marcelo Bettini (asesinado), Abel Vigo Comas (desaparecido), Eduardo Navajas (desaparecido), Mario Mercader (desaparecido), Pablo del Rivero (asesinado), Enrique Sierra (asesinado), Julio Álvarez (desaparecido), Hugo Lavalle (sin datos).

Los canarios románticos
Por Julián Axat
A Gustavo Cabarrou in memoriam

Este poema fue escrito en homenaje a los 17 desaparecidos de La Plata Rugby Club, más alla de cada militancia, pensado como si Dante Alighieri hubiera presenciado este match en el Purgatorio, segundos antes de que entren en la gloria.

El pack se hunde contra el viento/ mientras Luisito Munitis hace el line y los forwards saltan/ para contraer
la espalda del monstruo
La Plata va... susurra el samurai Balut y/ Jorgito Moura rompe/
la entrada del batallón/ para que ingrese la tercera línea que/ se mantiene oblicua desde la sensibilidad genética de A. Vigo
fulgura la mirada de Quique Sierra/ un tackle que no llega a cortar el pase a Pablito Rivero.
El partido es ya/ sueña Alfredito Reboredo, cuando
La Plata va... y los win forward Navajas y Mercader se abren del maul
Parece un empate clavado/ la noche se detiene sin derrota
y en el último minuto/ Julito Ávarez se acerca al ingoal/salta un cometa y ve a
Fel Axat acechando
Fel recibe la ovalada... pero éste apenas la toca cuando/
el Chueco Sánchez Viamonte viene bordenado la línea
corre en zig-zag como un conejo/nadie ve esos pies/ veloz/
imparable, fuga hacia el infinito
en un tendal de rosas que llega desde la platea/deja fatigadas a las últimas estrellas ahora atrás/ mal paradas
y apoya la ovalada debajo de los palos.
Fel y el Chueco se abrazan, ríen victoriosos,
esperan a todos que llegan/ para abrazarse/ el tercer tiempo les
abre las puertas del cielo
para tomarlo por asalto de try

Por  José Supera  -  lesahumanidad@miradasalsur.com

jueves, 27 de septiembre de 2012

Testimonio de los hermanos de Marie Anne Erize


Los hermanos de Marie Anne Erize Tisseau, la joven modelo franco-argentina desaparecida el 21 de octubre de 1976, declararon en el juicio a seis acusados de crímenes de lesa humanidad que se desarrolla en San Juan. 

En la audiencia, argumentando razones de salud, no estuvo presente el ex mayor del Ejército Jorge Olivera, principal imputado en ese caso. Esteban Erize detalló que en Buenos Aires Marie Anne militaba en una villa del Bajo Belgrano, próxima a su casa de la calle Monroe, y que esa militancia social la llevó “a colaborar en la Villa 31 con el padre Carlos Mugica”. 

También aseguró que la casa familiar en Buenos Aires fue allanada por personas armadas que les dijeron “que iban a poner a Marie Anne dos metros bajo tierra”, mientras se llevaron las fotos, la agenda y la historia clínica de la joven que fue vista por última vez en San Juan. También declaró ante el tribunal una hermana de Marie Anne, Yolanda Erize, quien aseguró que la “incertidumbre es un calvario y luchamos para poder recuperar sus restos”.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Clarisa Sobko, interpela a Jorge Horacio Capellino. médico del genocidio

Destacó que el doctor “fue parte sistemática de la represión, la tortura y el secuestro” en Paraná Sobko instó al médico militar Capellino a que diga dónde está el cuerpo de su padre

"Fue quien firmó el acta de defunción de mi viejo", recordó.
Luego de la detención del médico militar Jorge Horacio Capellino, acusado de cometer delitos de lesa humanidad en Paraná durante la última dictadura, Clarisa Sobko reclamó que aporte a la Justicia datos que permitan encontrar los restos de su padre Pedro Miguel Sobko. La militante de Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS) subrayó que el profesional “fue parte sistemática de la represión, la tortura y el secuestro” en la capital provincial. “Si bien actuó en el Hospital Militar, no podemos separar esta institución del Área Paraná y del comportamiento del Escuadrón de Comunicaciones. Son órganos distribuidos en distintos edificios, pero con un funcionamiento totalmente articulado”, apuntó. El médico fue detenido este lunes en Capital Federal y será sometido a declaración indagatoria en el Juzgado Federal de Paraná, en el marco del expediente que lleva su nombre: “Capellino, Jorge Horacio s/Comisión de delitos de lesa humanidad”. Además de su participación en el homicidio de Sobko, también está acusado de los delitos de privación ilegítima de libertad y aplicación de tormentos en perjuicio de cinco personas.

“Él estuvo presenciando torturas a nuestros compañeros detenidos y también fue quien firmó el acta de defunción de mi viejo”, remarcó la militante de HIJOS. Además mencionó que “ha sido de lo más feroz y perverso con los detenidos: a uno de ellos le hizo un catéter en el brazo, sin anestesia y con una tijera”.

Por otra parte, manifestó su reclamo para que diga dónde se encuentran los restos de su padre: “Le pedimos que aporte datos sobre lo sucedido con mi papá. Se lo pedimos a través de la Justicia, porque su lugar es la declaración indagatoria. Pero también se lo pedimos a nivel social”, enfatizó, en diálogo con Uno.

En tanto, Florencia Amore, abogada de HIJOS Paraná, indicó: “Estamos seguros de que Capellino sabe dónde está Sobko. Para nosotros fue un elemento fundamental para que se pueda cometer el delito. Esperamos que sea iluminado por alguna razón divina y nos diga dónde esta. No vamos a parar; por más sentencias que tengamos, lo que nosotros queremos es encontrar el cuerpo”.

Recordó que la Causa Área Paraná se encuentra en la etapa de plenario, pero quedaron numerosos asuntos pendientes de investigación, entre ellos el rol del Hospital Militar. “Hay víctimas que pasaron por el hospital y no tenemos ningún médico imputado. Hace mucho que venimos insistiendo con Capellino, porque él firma la partida de defunción de Sobko, o sea que vio y constató el cuerpo sin vida y hoy el cuerpo no sabemos dónde está; pero además hay víctimas que lo reconocen haciendo maniobras médicas irregulares”, expuso.

Pedro Sobko, militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), fue secuestrado el 2 de mayo de 1977 en Paraná. Fue fusilado en avenida Ramírez y La Paz, a la vista de los vecinos y habría fallecido en el nosocomio castrense.

martes, 28 de agosto de 2012

Ramiro Menna


–¿Y vos?

–Pasan los años, yo me entero a los 13 o 14 años que era hijo de desaparecidos. Me crié con mis tíos pensando que era hijo de ellos. Pero según me explicó un psicólogo de Abuelas, fueron mecanismos de defensa de mi psicología: tratar de guardar en un lugar bien oscuro de la conciencia toda esa parte y no recordar nada, fue una manera de defenderme de cosas que me podían hacer mucho daño. Quela me crió. Vivimos en Carmen de Patagones. Me cuenta que cuando yo recién llegué tenía pesadillas. “Ani, Ani, mamá, mamá”, decía a la noche. Me despertaba y Quela entonces venía y me preguntaba si quería hablar de mi mamá. Yo le decía que no, que no. Hundía la cabeza en la almohada y me volvía a dormir. De a poquito al parecer desdibujé la idea de que tenía una mamá porque le empecé a decir mamá a Quela. Los psicólogos aconsejaron a mis tíos que me provean sólo de la información que yo solicitara, pero no más que eso, porque yo iba a preguntar lo que podía manejar. Cuando llego a los 13 años sin hacer preguntas, convencido de que mis primos eran mis hermanos, les aconsejan que me digan la verdad.

–¿Cómo fue con eso?

–Fue como una película, no me parecía una historia real. No se me encarnó hasta que no pasaron años. No hubo reacción violenta ni nada, lo tomé muy bien. Tenía más o menos conciencia de lo que había sido la dictadura y por mi formación católica la historia de mis papás, al principio, por un lado me parecía que habían hecho lo que creían por el bien de la gente. Y por otro, me parecían equivocados. Con el tiempo, fui indagando y formándome políticamente. Si bien no perdí mi fe, soy creyente y militante de la iglesia Católica latinoamericana, que no es la romana, fui comprendiendo mucho mejor lo que significó la lucha del PRT, junto con otros movimientos revolucionarios y de izquierda en América latina. Y la verdad es que cada vez menos creo que se equivocaron ellos en algo, en su militancia. Cada vez es más pequeño el margen de crítica que tengo de lo que hicieron mi viejo y mi vieja durante los setenta.
A Etiopía

En Carmen de Patagones, Quela trabajaba en Cáritas con un compromiso que Ramiro recupera en clave política. Levantaron una guardería en uno de los barrios más pobres comprometiendo al gobierno de la provincia con los sueldos de los docentes. Ramiro creció y se formó en el movimiento juvenil de los salesianos desde donde lee otra huella de su formación: participó como delegado del movimiento en instancias de organización local, regional y nacional. Había grupos misioneros con trabajo en las comunidades mapuches de la cordillera. Los de Oratoria, en las villas de Bahía Blanca. “Muchos chicos de clase media entraban en contacto con una realidad que no conocían, al comienzo los shockeaba pero después los terminaba por comprometer”, dice. Se hizo cura salesiano. Pidió ir a una misión en Etiopía en el norte de Africa. “Uno a veces se va lejos para estar más cerca, para encontrar lo que realmente le importa, mi experiencia en Etiopía fue inolvidable”, aunque ahí dejó la congregación porque “sentí cosas de la estructura eclesial que me incomodaban, me hacían ruido; en mi divorcio con los salesianos conocí a Dillawork, que hoy es mi mujer”. Ramiro, Dillawork, dos hijos y uno que está a punto de nacer viven en Chepes, un pueblo en el interior de La Rioja adonde llegó por una propuesta de Rafael Sifre, compañero del movimiento rural de Pedernera y Angelelli.

Ahora es profesor de física y química en un bachillerato de jóvenes y adultos en Ulapes, a 60 kilómetros de Chepes. Va tres veces por semana. Y pone parte del empeño en AecheLar, la Asociación de Emprendedores de Chepes que nació como cooperativa de trabajadores para potenciar criterios populares, parar la olla y a la vez desarrollar un proyecto económico sustentable en la región, dice él. La organización tomó forma sociopolítica. Abrieron FM La Tusca y la Cooperativa El Monte. La Tusca es parte de la red de medios de comunicación alternativa y canal de expresión sin condicionantes gubernamentales ni privados, dice. Un medio para denunciar efectos de la megaminería y sostener articulaciones con otras organizaciones. La cooperativa trabaja el cuero a partir del cabrito: “Parte de la producción genuina del pequeño productor de los Llanos que vende la carne pero desperdicia mucho el cuero”. Desde ahí, integran el FROP para articular con otros proyectos que ahora piensan en la construcción de una alternativa popular para disputar poder real en el escenario político de la provincia.

–Tu vida después, ¿no tiene algo de espejo con tus viejos?

–Puede ser. De chico en Patagones, sinceramente, aun antes de entender un poco cómo funciona el mundo de lo político, vivía en una familia que tenía un compromiso social. Quela laburaba mucho desde la Iglesia. Yo aprendo eso también. Pero conocer el compromiso de mis viejos y al mismo tiempo por mi militancia católica latinoamericana, uno descubre un mar de coincidencias. Toda una Iglesia comprometida con la construcción de una sociedad más justa que se convierte en mártir; que fue asesinada sistemáticamente, pero que sigue en lucha, que no se rinde. Y mis viejos, por otro lado, que creían en un proyecto de país muy distinto, lucharon, empujaron para que eso surgiera, se hiciera realidad en nuestra tierra y cayeron en medio de esa lucha. Cuando vos hablás de espejo, yo me siento muy identificado con muchas de las ideas que están en el credo, por decirlo así, del PRT. La necesidad de construir una sociedad fuerte, orientada según los intereses de los trabajadores, en línea quizá con lo que dice Hugo Chávez: un socialismo del siglo XXI que hay que crear. Que todavía no existe. Que no es ninguno de los que hemos visto pero que ciertamente no es capitalismo.

–¿En estos años supiste algo de tu posible hermano o hermana?

–En el marco de mis preguntas, en algún momento me fui enterando de que mi mamá estaba embarazada. El primer contacto con el tema fue cuando me saqué sangre, a los 18 o 19 años. Después me fui a Paraguay. Yo estaba viviendo en Trelew con los salesianos. Y salió el dato de que Carolina, hija adoptiva del matrimonio Bianco, tenía la edad y hasta rasgos que podían indicar que podía ser hija de Ana María Lanzillotto, es decir mi hermana. Bianco también tenía a Pablo, que después se supo que era hijo de desaparecidos. Yo viajé a Paraguay en 2000. Vi a Carolina. Ella tenía confianza con los salesianos porque había estudiado en un colegio con ellos. Yo sabía que se había negado a cualquier extracción de sangre, pero quise verla para que accediera, para pedirle por favor. Al final no accedió. Mucho después se lo hizo, y dio negativo (con todo el banco). Después hubo otra chica que podía ser, yo estaba en Etiopía. Pero resultó que tampoco era.

–¿Se lo espera ahora o se lo busca?

–Yo voy a declarar muy probablemente en el juicio. Para declarar de mis padres no puedo ir a decir nada: tenía dos años, no puedo decir quién me agarró a mí o quién me separó de mi madre. Puedo dar testimonio para que se vea cómo puede repercutir la acción del terrorismo en la vida de una persona, pero además vale por esto: quizá tenga su repercusión en alguna persona concreta que por ahí abra una puerta. Yo tengo 38 años, mi hermana o hermano tendría que tener 36, si me está escuchando debería saber que todos los especialistas coinciden en el hecho de que la verdad te va a hacer libre. Después vos podés criticar a tus viejos, si querés. Que se equivocaron, que no; porque a lo mejor mi hermana o hermano tenga construido un pensamiento totalmente de derecha, qué sé yo. Pero más allá de eso, conocer la verdad en tu historia es clave, de ser feliz y hacer feliz a otro.
ENCUENTRO CON UN SARGENTO

¿Ana dio a luz en Campo de Mayo?

–Desde mi borrosa visión de pueblo del interior, tengo entendido que fue ahí. Una vez tuve una entrevista personal con el sargento Ibáñez. Este Ibáñez fue un suboficial, según cuenta. Nos hizo una cita a mí y a una hija de Robi Santucho en un lugar del gran Buenos Aires. Yo estaba en Ramos Mejía. Tomé un tren y fuimos a parar a una plaza, no me acuerdo cuál, al lado del tren. No sabíamos a quien buscábamos, el tipo nos identificó a nosotros.

–¿Qué pasó?

–Nos preguntó: “¿Ustedes son los hijos de Santucho y Menna?” “Sí”, le dijimos. Y entonces nos sentamos en la plaza. Estaba con otro hombre, desconocemos quién, nos contó lo que quería contar: él nos citó, y él nos contó.

Ibáñez les dijo que el 19 de julio de 1976 él estaba en Campo de Mayo, lo mismo que declaró más tarde en la causa que investiga dónde está el cuerpo de Santucho. Contó que el líder del PRT llegó con un hilo de vida, que intentaron conservarle la vida para interrogarlo, pero no lo lograron. Según Ibáñez, murió poco después, herido de bala. Les dijo aquello de que el cuerpo había sido embalsamado, ubicado en lo que se llamó Museo de la Subversión. Ramiro preguntó por su mamá. El hombre no dijo nada. “No sabemos si es que no sabía y mi mamá no había llegado a ese lugar en ese momento por el embarazo, o en realidad Ibáñez se estaba cuidando.”

–¿Cuándo lo vieron?

–Era el año ’97. Hacía un relato pausado. Estaba con el otro tipo que no sabemos quién es. Se lo veía mal, no bien, como golpeado. Me contó que él llevaba café a los oficiales y cuando lo hacía pasaba por delante de la sala de tortura. Que más de una vez vio a mi viejo diciendo: “¡No lo puedo creer! ¡Me preguntan por la guita!”. “¡Me preguntan por la guita!” Que lo tuvieron bajo tortura durante un tiempo importante y que después llegaron algunos oficiales con cuaderno y lápiz como para hacerle preguntas más de teoría, como si papá les hubiera dado clases de algo. Supongo que le estarían preguntando por la ideología del PRT. Nos dijo que un día vino Santiago Omar Riveros. Entró como loco, como que pasaba algo y a tomar una medida urgente, como si le hubiesen dado una orden para que se los trasladara, que se los matara. Y él dice que fue con una anestesia. Pentotal o Pentonaval, algo así... Me dijo el nombre y todo porque fue quien tuvo que ir buscarlo y llevarlos. Los durmieron y los cargaron arriba de un avión y los tiraron al mar. Liliana Delfino, la mujer de Santucho, estaba con papá. El hombre habló con cierta admiración de los dos.

Villa Martelli


¿Cómo fue Villa Martelli?

–Hay relatos divergentes. Relato A: entró el capitán Juan Carlos Leonetti con datos de alguien que entregó una cita de mi viejo. Se habla de un médico que tenía a su esposa secuestrada y negoció entregar una cita de mi papá. El tipo que era conocido de papá, le pidió una cita urgente totalmente fuera de los protocolos de seguridad del PRT. Papá acude por la confianza que le tiene y porque el hombre se lo pide desesperadamente. El PRT planeaba la fuga de Robi, él no debía haber ido jamás, pero dijo: “No puedo dejar a éste solo”. Y el tipo parece que había vendido la cita. Lo agarran en esa cita falsa, y entre los papeles encuentran una dirección con el lugar donde vivían.

–¿La factura?

–Hablan del alquiler de un nebulizador. Debía ser para mí o para el hijo de Benito (Urteaga) porque éramos los chiquitos que estábamos ahí, capaz que andábamos con tos. No sabían qué se iban a encontrar pero se encontraron con lo que se encontraron. Cae papá primero y todo el resto: Benito Urteaga, Robi Santucho, mamá, Liliana Delfino y no me acuerdo si Fernando Gertel.

–¿El otro?

–Que alguien vende la casa y que primero los agarran a todos, menos a papá. Que papá se va a la cita y cuando vuelve lo esperan con una ratonera. O sea que papá entra, abre la puerta y los milicos estaban esperando adentro. Esta versión es la primera que me cuentan a mí, me la contó (Enrique) Gorriarán Merlo, preso en Devoto, lo visité un par de veces, charlamos un montón. La versión A, en cambio, es la que ahora está manejando la causa y, según dice Pablo Llonto, es la más probable. Y yo creo que es la más probable, capaz en el juicio se pueda reconstruir exactamente.


Los Lanzillotto y los Menna
Los abuelos de Ramiro tuvieron nueve hijos, dos murieron poco después de nacer, y a los otros él los nombra como “sobrevivientes de la niñez”, como si la condición de sobrevivientes los hubiese seguido marcando. Tito es Carlos Alberto Lanzillotto, el mayor, profesor de filosofía y letras, preso en Sierra Chica durante la dictadura. Cholo es Carlos Mario, abogado de presos políticos; se quedó en La Rioja, persiguieron y amenazaron a toda su familia. Nena es Alba Rosa, militante de la Iglesia de Angelelli, el día del golpe fue detenida y liberada a los pocos días, se exilió con su marido, el poeta Ariel Ferraro, y sus dos hijos. Quela es Nidia, que lo crió. Beba, que es María Isabel, se casó con el Pocho Délfor Brizuela, los allanaron y persiguieron, les colocaron una bomba que aunque estalló solo causó daños materiales. Ani era Ana María y Tina, María Cristina, su hermana melliza. Las dos militaron en el PRT, están desaparecidas. En el 2006 el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó a Tina y en 2011 a su esposo, Antorcha Santillán o Carlos Benjamín “Cacho”. Los abuelos Me-nna, Pánfilo e Irma, tuvieron dos hijos: Domingo y Raquel, los dos militaron en el PRT, los dos están desaparecidos. Raquel tuvo tres hijos.

domingo, 26 de agosto de 2012

Ramiro Menna, hijo de Ana María Lanzillotto y Domingo Mena, busca a su hermano o hermana

“Conocer la verdad es clave”

Se hizo cura entre los salesianos, viajó a Etiopía, dejó la congregación y se casó. Hoy vive en La Rioja e integra el Frente Riojano de Organizaciones Populares. Busca un hermano o hermana y espera que el juicio sobre Campo de Mayo, que acaba de empezar, lo ayude a encontrarlo.

 Por Alejandra Dandan
Ramiro con sus padres, Ana María Lanzillotto y “el Gringo” Domingo Menna, secuestrados en julio de 1976.

Ramiro Menna está convencido de que existe “un mar de coincidencias” entre el “credo” de sus padres en el Partido Revolucionario de los Trabajadores y el suyo, dentro de la izquierda de la Iglesia Católica latinoamericana. Tenía dos años cuando sus padres, Ana María Lanzillotto y “el Gringo” Domingo Menna, y él fueron secuestrados el 19 de julio de 1976 en Villa Martelli, en la caída de la conducción del PRT. Ana María estaba embarazada. Ramiro –que busca a un hermano o hermana– se hizo cura entre los salesianos. Alguna vez pidió viajar a Africa, porque irse más lejos le permitía estar más cerca de sí mismo. Dejó la congregación para irse a un lugar un tanto menos lejos, en los Llanos de La Rioja, un territorio legendario de la pastoral del obispo Enrique Angelelli, desde donde integra el Frente Riojano de Organizaciones Populares (FROP). “Por mi formación católica, al principio me parecía que por un lado mis papás habían hecho lo que creían por el bien de la gente. Y, por otro, que estaban equivocados. Con el tiempo fui indagando más y formándome políticamente: comprendí mucho mejor lo que significó la lucha del Partido Revolucionario de los Trabajadores en Argentina. Cada vez es más pequeño el margen de crítica que tengo de lo que hicieron mi viejo y mi vieja durante los setenta.”

La historia de Ramiro vincula en el presente dos escenarios. El juicio que acaba de empezar en San Martín, con sus padres entre las víctimas. Y La Rioja de Angelelli, donde también se está haciendo un juicio por la desaparición de dos sacerdotes durante la última dictadura.

–¿Como se pasa del presente intenso en Chepes a julio de 1976?

–El juicio sobre Campo de Mayo tiene una dimensión muy esperada por todos nosotros como familia, por la cuestión de que quizá, uno no sabe, puede aparecer algún indicio, algo que nos ayude a encontrar a mi hermana o hermano. Desde el presente, esa es la ligazón más fuerte. Uno lo espera con ansiedad. Además, está la visión política de la justicia en tanto que permite conocer la verdad histórica de lo que pasó en Campo de Mayo con estas personas en particular, pero alimentando la pintura total de la dictadura en nuestra Argentina. Eso ayuda a entender lo que es una sociedad desigual como la latinoamericana, con una elite dominante que recurre a las herramientas que tenga a mano para mantener su situación de privilegio. En los ’70, tuvieron la posibilidad de instalar una dictadura que protegía sus intereses, hoy no la tienen pero no es que no la deseen. Los juicios van desnudando esto: hasta qué punto pueden llegar...

–¿Qué pasó con vos?

–Cuando mamá desaparece, el 19 de julio de 1976, yo tenía dos años y ella estaba embarazada de unos ocho meses. Desaparece con esa panza y hay distintas versiones del circuito que siguió. Probablemente terminó en Campo de Mayo, no se sabe si pasó por el Vesubio. Patricia Erb, que estaba en Campo de Mayo, atestigua que mamá dio a luz. No se sabe si varón o mujer, pero dio a luz, porque entre las compañeras presas corrió la voz: “La mujer del Gringo dio a luz”, decían.

–¿Cómo te sacan a vos?

–Un tío mío, Cholo (Carlos Mario Lanzillotto), abogado, viviendo en La Rioja empieza a averiguar dónde podía estar su hermana el marido de su hermana y yo. O sea mamá, papá y yo. El tío Cholo estudió en Córdoba y creo que un amigo de ahí le dio el dato de alguien de la Justicia de la provincia de Buenos Aires. Ese hombre le cuenta: “Mirá, de tu hermana y el marido, olvidate, olvidate porque nadie te va a decir nada, ni dónde están, ni nada”, pero le pasó el dato de dónde estaba yo. Tenía que ir a buscarme a un juzgado federal o una guardería policial, creo que en San Martín.

–Si es ahí, puede ser el mismo lugar donde dejaron a Victoria Montenegro.

–Yo estuve desde el 19 de julio hasta el 8 o 10 de agosto. En el medio, fijate vos, desaparecen los curas de Chamical, lo asesinan a Wenceslao Pedernera el 25 de julio y a monseñor Angelelli el 4 de agosto. El 8, mi tío se entera, viaja a Buenos Aires, también viaja mi tía Quela, una hermana de mi mamá a quien mi mamá le había dicho: “Mirá, si me llega a pasar algo a mí, por favor hacete cargo de Ramiro”. Quela (Nidia Lanzillotto) hizo las gestiones con el tío Cholo para sacarme de la guardería. Hasta ahí estamos, pero de mamá, de papá y del bebé de mamá, nada.

–¿Y vos?

–Pasan los años, yo me entero a los 13 o 14 años que era hijo de desaparecidos. Me crié con mis tíos pensando que era hijo de ellos. Pero según me explicó un psicólogo de Abuelas, fueron mecanismos de defensa de mi psicología: tratar de guardar en un lugar bien oscuro de la conciencia toda esa parte y no recordar nada, fue una manera de defenderme de cosas que me podían hacer mucho daño. Quela me crió. Vivimos en Carmen de Patagones. Me cuenta que cuando yo recién llegué tenía pesadillas. “Ani, Ani, mamá, mamá”, decía a la noche. Me despertaba y Quela entonces venía y me preguntaba si quería hablar de mi mamá. Yo le decía que no, que no. Hundía la cabeza en la almohada y me volvía a dormir. De a poquito al parecer desdibujé la idea de que tenía una mamá porque le empecé a decir mamá a Quela. Los psicólogos aconsejaron a mis tíos que me provean sólo de la información que yo solicitara, pero no más que eso, porque yo iba a preguntar lo que podía manejar. Cuando llego a los 13 años sin hacer preguntas, convencido de que mis primos eran mis hermanos, les aconsejan que me digan la verdad.

–¿Cómo fue con eso?

–Fue como una película, no me parecía una historia real. No se me encarnó hasta que no pasaron años. No hubo reacción violenta ni nada, lo tomé muy bien. Tenía más o menos conciencia de lo que había sido la dictadura y por mi formación católica la historia de mis papás, al principio, por un lado me parecía que habían hecho lo que creían por el bien de la gente. Y por otro, me parecían equivocados. Con el tiempo, fui indagando y formándome políticamente. Si bien no perdí mi fe, soy creyente y militante de la iglesia Católica latinoamericana, que no es la romana, fui comprendiendo mucho mejor lo que significó la lucha del PRT, junto con otros movimientos revolucionarios y de izquierda en América latina. Y la verdad es que cada vez menos creo que se equivocaron ellos en algo, en su militancia. Cada vez es más pequeño el margen de crítica que tengo de lo que hicieron mi viejo y mi vieja durante los setenta.
A Etiopía

En Carmen de Patagones, Quela trabajaba en Cáritas con un compromiso que Ramiro recupera en clave política. Levantaron una guardería en uno de los barrios más pobres comprometiendo al gobierno de la provincia con los sueldos de los docentes. Ramiro creció y se formó en el movimiento juvenil de los salesianos desde donde lee otra huella de su formación: participó como delegado del movimiento en instancias de organización local, regional y nacional. Había grupos misioneros con trabajo en las comunidades mapuches de la cordillera. Los de Oratoria, en las villas de Bahía Blanca. “Muchos chicos de clase media entraban en contacto con una realidad que no conocían, al comienzo los shockeaba pero después los terminaba por comprometer”, dice. Se hizo cura salesiano. Pidió ir a una misión en Etiopía en el norte de Africa. “Uno a veces se va lejos para estar más cerca, para encontrar lo que realmente le importa, mi experiencia en Etiopía fue inolvidable”, aunque ahí dejó la congregación porque “sentí cosas de la estructura eclesial que me incomodaban, me hacían ruido; en mi divorcio con los salesianos conocí a Dillawork, que hoy es mi mujer”. Ramiro, Dillawork, dos hijos y uno que está a punto de nacer viven en Chepes, un pueblo en el interior de La Rioja adonde llegó por una propuesta de Rafael Sifre, compañero del movimiento rural de Pedernera y Angelelli.

Ahora es profesor de física y química en un bachillerato de jóvenes y adultos en Ulapes, a 60 kilómetros de Chepes. Va tres veces por semana. Y pone parte del empeño en AecheLar, la Asociación de Emprendedores de Chepes que nació como cooperativa de trabajadores para potenciar criterios populares, parar la olla y a la vez desarrollar un proyecto económico sustentable en la región, dice él. La organización tomó forma sociopolítica. Abrieron FM La Tusca y la Cooperativa El Monte. La Tusca es parte de la red de medios de comunicación alternativa y canal de expresión sin condicionantes gubernamentales ni privados, dice. Un medio para denunciar efectos de la megaminería y sostener articulaciones con otras organizaciones. La cooperativa trabaja el cuero a partir del cabrito: “Parte de la producción genuina del pequeño productor de los Llanos que vende la carne pero desperdicia mucho el cuero”. Desde ahí, integran el FROP para articular con otros proyectos que ahora piensan en la construcción de una alternativa popular para disputar poder real en el escenario político de la provincia.

–Tu vida después, ¿no tiene algo de espejo con tus viejos?

–Puede ser. De chico en Patagones, sinceramente, aun antes de entender un poco cómo funciona el mundo de lo político, vivía en una familia que tenía un compromiso social. Quela laburaba mucho desde la Iglesia. Yo aprendo eso también. Pero conocer el compromiso de mis viejos y al mismo tiempo por mi militancia católica latinoamericana, uno descubre un mar de coincidencias. Toda una Iglesia comprometida con la construcción de una sociedad más justa que se convierte en mártir; que fue asesinada sistemáticamente, pero que sigue en lucha, que no se rinde. Y mis viejos, por otro lado, que creían en un proyecto de país muy distinto, lucharon, empujaron para que eso surgiera, se hiciera realidad en nuestra tierra y cayeron en medio de esa lucha. Cuando vos hablás de espejo, yo me siento muy identificado con muchas de las ideas que están en el credo, por decirlo así, del PRT. La necesidad de construir una sociedad fuerte, orientada según los intereses de los trabajadores, en línea quizá con lo que dice Hugo Chávez: un socialismo del siglo XXI que hay que crear. Que todavía no existe. Que no es ninguno de los que hemos visto pero que ciertamente no es capitalismo.

–¿En estos años supiste algo de tu posible hermano o hermana?

–En el marco de mis preguntas, en algún momento me fui enterando de que mi mamá estaba embarazada. El primer contacto con el tema fue cuando me saqué sangre, a los 18 o 19 años. Después me fui a Paraguay. Yo estaba viviendo en Trelew con los salesianos. Y salió el dato de que Carolina, hija adoptiva del matrimonio Bianco, tenía la edad y hasta rasgos que podían indicar que podía ser hija de Ana María Lanzillotto, es decir mi hermana. Bianco también tenía a Pablo, que después se supo que era hijo de desaparecidos. Yo viajé a Paraguay en 2000. Vi a Carolina. Ella tenía confianza con los salesianos porque había estudiado en un colegio con ellos. Yo sabía que se había negado a cualquier extracción de sangre, pero quise verla para que accediera, para pedirle por favor. Al final no accedió. Mucho después se lo hizo, y dio negativo (con todo el banco). Después hubo otra chica que podía ser, yo estaba en Etiopía. Pero resultó que tampoco era.

–¿Se lo espera ahora o se lo busca?

–Yo voy a declarar muy probablemente en el juicio. Para declarar de mis padres no puedo ir a decir nada: tenía dos años, no puedo decir quién me agarró a mí o quién me separó de mi madre. Puedo dar testimonio para que se vea cómo puede repercutir la acción del terrorismo en la vida de una persona, pero además vale por esto: quizá tenga su repercusión en alguna persona concreta que por ahí abra una puerta. Yo tengo 38 años, mi hermana o hermano tendría que tener 36, si me está escuchando debería saber que todos los especialistas coinciden en el hecho de que la verdad te va a hacer libre. Después vos podés criticar a tus viejos, si querés. Que se equivocaron, que no; porque a lo mejor mi hermana o hermano tenga construido un pensamiento totalmente de derecha, qué sé yo. Pero más allá de eso, conocer la verdad en tu historia es clave, de ser feliz y hacer feliz a otro.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Cristina Murias, la hermana de Carlos, el cura asesinado en La Rioja

Dos muertes como mensaje a Angelelli

Empieza en La Rioja el juicio por el homicidio de Carlos Murias y Gabriel Longueville, los dos sacerdotes que trabajaban con el obispo Angelelli, quien investigó sus muertes y también fue asesinado.

Por Alejandra Dandan

Desde La Rioja

“Para mí lo que pretendieron cuando matan a Carlitos y a Gabriel es darle un mensaje al obispo: un mensaje para que se calle la boca, porque cuando hace la misa de cuerpo presente Angelelli dice: ‘Me pegaron donde más me dolía’”, dice Cristina Murias, la hermana de Carlos, uno de los dos curas mártires de Chamical. “Angelelli hizo la misa. Lloraba a moco tendido, no se preocupaba. ¡Cómo lloraba desde el púlpito! Y decía: ‘¡Donde más me dolía! Porque a Carlitos yo lo conocía desde los 12 años y yo lo ordené!’. Por eso yo creo que empiezan por Carlitos, y aparte porque los tenían a mano.”

Treinta y seis años después empieza el juicio por el asesinato de los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville, parte de la pastoral del obispo Enrique Angelelli, en una parroquia de Chamical. Los secuestraron el 18 de julio de 1976, los tuvieron en la Base de la Fuerza Aérea del pueblo y arrojaron los cuerpos muertos dos días después con los ojos vendados y marcas brutales de tortura. Angelelli, que había ordenado a Carlos en Buenos Aires, celebró la misa de cuerpo presente. Cinco días más tarde fusilaron a un laico y quince después ejecutaron al obispo en el falso accidente de ruta que la Iglesia siempre ocultó junto con una carpeta con las investigaciones de los crímenes. El juicio empieza en una trampera llena de pedidos y contrapedidos de los dos acusados para que se detenga. Pero finalmente estamos aquí. La persecución a la pastoral y el trabajo de los curas por las tierras con el movimiento campesino será eje del juicio.

–¿Carlos había recibido amenazas?

–El 24 de marzo lo que empezó fueron las detenciones. Dos curas fueron detenidos, pero lo que hacían eran detenerlos en la ruta cuando iban de un lado a otro, les hacían parar el auto. Los tenían cuatro o cinco horas interrogándolos y los dejaban ir. También con las monjas. Después los citaban a la Base. A Carlitos lo citaron en junio, lo sé por él. Lo acompañó otro cura. Le dijeron: “¡Qué cristianismo es el de ustedes! ¡Eso no es cristianismo!”. Entre marzo y junio hubo muchas citaciones. Después vino Augusto Pereyra, lo citan, no va y caen a buscarlo a la casa de una feligresa. Y tiene que ir. Decían que Chamical era un nido de guerrilleros. Ahora yo creo que Carlitos lo presentía.

–¿Por qué?

–Lo vimos en junio (en Córdoba) cuando murió papá. Le dijimos que se cuidara. “No creo que se animen con un obispo”, nos dijo. Cuando vuelve a Chamical, aparece De Tomasso (alguien cuyo nombre está en la causa, ligado a otra escena en la que un comodoro de apellido Bario aparece a comienzos de los ’70 como dueño de una extensión de 68 mil hectáreas en el oeste de Chamical. Carlos, Gabriel y Angelelli trabajaban con los campesinos ahí para intentar alguna organización contra los que querían embaucarlos. Aquel De Tomasso reapareció en Córdoba mientras se llevaban adelante esos trabajos). Un día nos dijo: “¡Díganle a su cuñado que se calle la boca!”. Esa noche fuimos al teléfono de mi mamá. Llamamos a Carlitos y nos dijo: “No vuelvan a llamar a la parroquia, ni me hablen desde lo de mami. No importa, nosotros ya sabemos”. ¡Cómo no iban a saber, si la Base estaba enfrente de la parroquia! O sea, no había que decirles a los militares qué hacían ellos.

–Un día antes del secuestro Carlos dio una misa.

–Cuentan las feligresas que va a dar misa en la parroquia de Santa Bárbara. Y cuando termina la misa dice: “Recen por este cura que está amenazada la vida”. Cuando (uno de los dos acusados del juicio, el ex comisario Domingo Benito) Vera las cita a declarar, le cambian lo que dicen. Vera siempre manejó la causa, desde el primer momento.

–¿Cómo vive este momento?

–Con una terrible ansiedad, con mucha angustia porque en esta provincia somos minoría y esperando que al final salga la verdad. Durante todos estos años he tratado de aportar todo. Pero estoy esperando, esperando que al final el bien triunfe sobre el mal.

–¿La angustia es por lo que usted llama blindaje político de los acusados?

–Yo veo que Vera, oriundo de Chamical y del que todo el mundo sabe que estuvo ahí, porque lo vieron, porque dejó de ir a la Iglesia, nunca estuvo preso en estos 36 años. Tiene parientes en la cámara de Chamical; su abogado los tiene en el superior tribunal, y así. Yo veo que tiene mucho respaldo político. Y la angustia es porque ya en una oportunidad la Justicia provincial hizo un juicio con sólo dos imputados (dos ex convictos); ningún juez encontró conexiones locales, fueron absueltos y terminamos prácticamente con nosotros imputados. Ahora me da miedo de que pase lo mismo, pero me alientan los abogados, la querella de la Secretaría de Derechos Humanos y el fiscal de Córdoba.

Cristina acaba de llegar de Córdoba con su hermana. Revuelve unas carpetas y desde adentro de una bolsa saca dos fotos chiquitas en blanco y negro. El cura Carlos bautiza a uno de sus hijos. Era enero de 1976. En la foto Carlos la abrazó: “A mí me dijeron que ese abrazo me iba a acompañar toda la vida –dice–, así, acá, me lo imagino en el juicio”.

domingo, 5 de agosto de 2012

Carta a Mariano


Por Agustín Fabbricatore *

Antes de empezar pido disculpas si en esta carta escribo con algún error, me voy a remitir a lo que mi memoria conserva de vos.

Querido Mariano:

Tuve la oportunidad de conocerte en aquel año 2010 recorriendo y militando los pasillos del CBC de Avellaneda. Esa sede en la cual siempre estuviste, desde que empezaste a militar con tu hermano. Tuvimos la oportunidad de intercambiar algunas charlas en esas largas tardes de frío y de sol, cuando la actividad y la cantidad de estudiantes era menor. Vos en la mesa del PO y yo en la de Sur, que están una al lado de la otra.

Me has contado de tu hermano mayor, de la vez que él fue al Puente Pueyrredón aquel 26 de junio de 2002 y vos no porque promediabas la secundaria y eras chico. Es más, si la memoria no me falla, fuiste su cómplice para que tus viejos no se enteraran de que había ido frente al peligro de una represión.

Recuerdo tu pasión por la música, tu intento fallido de irte a vivir con una chica con la cual salías. De mi parte pude contarte de mi militancia y mis comienzos en el centro de estudiantes del colegio, y hasta de mis diferencias políticas con mi viejo.

Como compañeros de diferentes organizaciones políticas, hemos debatido sanamente nuestras diferencias, vos aplicando la revolución permanente y yo, la liberación nacional. Diferencia de la cual partía cualquier análisis de la coyuntura actual. Me acuerdo de tu compañero Mauro, muy puesto en poder entender nuestra estrategia. Lo conservo como un buen recuerdo.

Antes de tu última movilización, Mauro me pidió que le cambiara el horario de laburo en la fotocopiadora para poder ir al corte de las vías.

El día en que ese asesino a sueldo se llevó tu vida no me lo voy a olvidar nunca. Me llama un compañero para contarme de esta nefasta noticia, por tener la cabeza en otra cosa no me había caído la ficha, hasta que prendí la televisión al rato. Vi tu cara en cada canal, en esa ambulancia, imágenes que realmente me shockearon. Puteé, bronca e impotencia me generó verte siendo víctima de estos burócratas sindicales que siguen enquistados.

Yo estaba con mi vieja, le conté que ese pibe que estaba viendo en la tele era el pibe con el que todos los días compartía un mate en el CBC. En ese mismo momento, Mariano, pasaste a ser una causa de todos, una lucha común contra la impunidad que no queremos que siga pasando. Al día de hoy, mi vieja recuerda mi angustia. Porque te pasó a vos, pero sabemos que nos podría haber pasado a cualquiera de los que dejamos la vida por una causa que creemos justa y por transformar la realidad. Los enemigos son poderosos y un asesinato no es un límite para ellos.

Al toque salí al punto de concentración de la marcha, que se organizó en ese mismo momento. Sentí una sensación rara en ese viaje, muchas cosas se me vinieron a la cabeza, era una mezcla de dolor y de que todavía no lo podía creer. Apenas llegué, busqué a tus compañeros del CBC, se me hundió el pecho, se me aflojaron las piernas cuando los vi. Llantos, dolor, no me salieron palabras, no sabía qué decirles, el dolor fue más fuerte que todos nosotros. De Callao y Corrientes marchamos llenos de bronca a Constitución.

Todo el CBC te recordó, los profesores sacaban a los cursos para participar de las asambleas, los estudiantes te recordaban, los chicos que atendían el bar y la fotocopiadora te escribían cartas, pegábamos imágenes tuyas por todos lados. La sede fue víctima de un silencio desolador, muy contundente, nunca la había visto así. Porque se llevaron impunemente a un pibe sencillo, como uno.

De ahí en más la historia es la que más o menos todos conocemos...

En el inicio del juicio oral y público, los que tenemos un buen recuerdo tuyo y luchamos por un mundo más justo estaremos presentes para exigir JUSTICIA POR MARIANO.

* Miembro de la agrupación Sur, del CBC de Avellaneda.

miércoles, 25 de julio de 2012

Uruguay: Testimonios de ex presas abusadas sexualmente

"cada uno tenia su mujer "
Mirta Macedo (centro), frente al juzgado donde se formalizó la denuncia colectiva sobre abuso sexual a prisioneras
Sabemos, porque lo registra la historia, que los ejércitos de ocupación, las tropas victoriosas, los aparatos represivos, violan sistemáticamente a sus prisioneros, como método de dominación, de destrucción sicológica e incluso de eliminación de una identidad colectiva, además de la perversidad básica. Sabemos que ha ocurrido en los más recientes escenarios de conflictos armados, en Yugoeslavia, en Kosovo, en Etiopía, en Irak; y que en nuestro continente la violación sistemática ha sido una herramienta del terrorismo de Estado, en Guatemala, El Salvador, Honduras. ¿Qué cosa excepcional nos inducía a creer que el terrorismo de Estado en Uruguay, el que torturó, asesinó, desapareció, robó niños, se había abstenido de violar a las prisioneras y a los prisioneros, o que se trataba de episodios aislados? La ignorancia nos daba cierta tranquilidad de conciencia. Con lo que las víctimas, en especial y mayoritariamente mujeres, se sintieron doblemente débiles, para superar el trauma primero y para exponerse públicamente después al denunciar las atrocidades vividas. Ahora, la denuncia colectiva sobre abuso sexual en los centros de detención de la dictadura abre el espacio para el conocimiento, por más que la sensibilidad se resista. El valiente y descarnado testimonio de la ex presa y hoy escritora Mirta Macedo nos introduce en ese submundo de horror e inhumanidad. No ahorra detalle, porque eso significaría que el torturador y violador seguiría teniendo poder sobre su víctima, 35 años después.
Un sentimiento de justicia movilizó a Mirta, desde chica y de adolescente, y la impulsó a militar políticamente. En su Treinta y Tres natal había muchas injusticias que ella no soportaba. La pobreza de don Isabelino, un señor que vivía en su carreta y la sacaba a pasear en ella, la marcó para siempre. Le parecía injusto que ese señor tan bueno, fuera tan pobre. A su vez, un tío “anarco”, que luego se pasó al comunismo, le dejó una marca a fuego de lucha y solidaridad. “Mi tío era tan maravilloso con su comunismo, parecía que lo iba a resolver todo”.
Sus padres la persiguieron desde chica. Ser del partido blanco nunca les permitió entender su militancia. A los 20 años se fue a Montevideo por una operación al corazón y se quedó allí. Comenzó a estudiar en la Escuela de Servicio Social, se adhirió a la Unión de Jóvenes Comunistas y luego al partido. Abandonó sus estudios por la mitad para ejercer sus obligaciones políticas. “No me costó dejar la carrera porque el tema de la responsabilidad ocupó mi vida, me dediqué a eso porque yo estaba convencida de que ese era el camino para el cambio. Fui funcionaria del partido, estaba sumamente comprometida”. Y así, militó hasta las últimas consecuencias.
El 23 de octubre de 1975 Mirta estaba en su casa de Ciudad Vieja durmiendo junto a su marido. Un grupo de militares vestidos de civiles entraron en la madrugada; el único que reconoció fue al Pajarito Silveira. Era el segundo día de la caída del partido, fue la número 27 en caer. “Entraron con una llave y nos desparramaron toda la casa. Yo estaba en camisón, nos paramos junto a la cama y cuando vi aquellos hombres me hice pichí del susto, se me aflojó el alma. Después de eso Silveira me decía la meona. Mientras me vestía él revolvió todo y abrió una caja de madera donde estaba mi sueldo, el de mi esposo y otro dinero; lo agarró y se lo metió en el bolsillo. En ese instante sentí temor, pánico, miedo porque ya había muerto mucha gente. Desde un primer momento supimos que íbamos derecho a un picadero de carne, como efectivamente fue”.
“Nos llevaron a la casa de Punta Gorda. Apenas llegamos nos sacaron la ropa. Después nos pusieron de plantón. Así estuve cinco o seis días: te paraban con brazos y piernas abiertas, después te decían ‘siéntense’ y cuando te estabas aflojando te ordenaban volver a pararte. Era muy perverso, cansaba horrible. Todo esto, desnudos. Cuando pasaban, te tocaban, te picaneaban e incluso me colgaron una o dos veces. Mientras, me preguntaban qué hacía, cuándo me había afiliado al partido, con quién estaba, si tenía armas. Nos ponían vendas con tela de poncho que nos causaban conjuntivitis; además ellos pasaban y te frotaban los ojos para que no lográramos ver nada”.
Tras un breve paso por la cárcel del pueblo expropiada al Movimiento de Liberación Nacional -era uno de los “300”, como llamaban a los centros clandestinos de detención del OCOA-, el 2 de noviembre de 1975 Mirta, junto a un grupo grande de presos, fue llevada al “300 Carlos”, ubicado en los predios del Servicio de Material y Armamento en el Batallón 13 de infantería. “Un sargento del cuartel nos dijo: ‘acá se les terminó lo bueno, mañana empieza lo bravo’. No nos olvidamos más de ese día”. Allí sufrió torturas que hasta el día de hoy la atormentan.
“Era dantesco. En la mañana nos traían una leche quemada con una galleta que era imposible comer. Después nos traían guiso, que era un asco, al mediodía y de noche. Para poder comer nos hacían hincar y ponían la comida arriba de una silla. La gente se moría de hambre, se moría literalmente”. “A veces nos dejaban varios días sentadas en una silla sin llevarnos al baño. El tema de la menstruación era horrible, nauseabundo. Nosotras pedíamos: ‘señor, estoy menstruando ¿no me podrá conseguir algo?’ Y nada. Yo estaba con la misma ropa con la que entré y nos manchábamos todas. Y no solamente eso, cuando te colgaban o cuando estabas mucho parada te hacías caca y pichí. Ahí aprovechabas para hacer; si hacías cuando estabas sentada se te desparramaba por todos lados, era asqueroso. Cuando iba al baño trataba de sacarme las costras”.
“La tortura especializada la aplicaban todo el tiempo, varias veces por día. A mí lo que más me hicieron fue colgarme. Con un gancho te colgaban de las muñecas juntas con los brazos para atrás, a tal extremo que mis brazos quedaban hechos pelota. Mientras, me metían una tenaza en la vagina y me pasaban electricidad que era muy doloroso, en los senos también. Te toqueteaban, te hacían absolutamente de todo y siempre encapuchada. También te amenazaban con violarte y varias veces, luego de descolgarme, me violaron ahí, en ese mismo espacio”.
“Yo tenía un problema de circulación en el brazo derecho desde la operación del corazón, por los cateterismos. Y no sé si era por eso pero me dolía muchísimo, más que el otro brazo. Un día ya no podía más y les dije: por favor, mi brazo. Me tiraron en una especie de camilla y llamaron a un médico. Le dije: ‘¿Usted no puede dejar indicado que no me cuelguen más de este brazo? No puedo más’. Él me agarró el brazo y yo pensé: ‘ay, qué buen hombre, me va a salvar”. Acto inmediato me llevaron de nuevo y me colgaron de los pies con la cabeza para abajo, lo cual era dantesco porque no podías respirar, me hice pichí, me tragué la orina, era impresionante. Luego, me llevaron de nuevo a la camilla y el médico me toca el brazo y me dice: ‘¿Y ahora qué tal?’ Cuando salí lo denuncié ante el Consejo Central del Sindicato Médico. Fui a un careo y él negó todo, quedó en nada. Creo que después lo echaron del sindicato”.
Al tiempo logró que la llevaran a bañarse “y ahí vino la tragedia”. “Me llevaron sola. Como yo no me sacaba la bombacha el hombre me dijo: ‘¿Dónde se ha visto que una persona se bañe con calzones?’ Cuando me la saqué el hombre me apretó contra la pared, me penetró, tuvo todas las relaciones del mundo. Esa misma persona, cuando llegaba a la guardia, pasaba por donde yo estaba, apenas me tocaba y yo ya sabía que era él, le tenía terror, pánico. Es más, los días que ellos no tenían guardia iban a violarnos, éramos como sus putas. Ese hombre siempre me violó mientras estuve en el 300. El tipo me agarraba y me llevaba al baño. Uno al principio tiene intento de defenderse pero ¿qué te vas a defender con las manos atadas? Me violaba día por medio, cada dos días. Y después siempre me sentaba junto a mi marido. Era muy duro”.
“En el momento de las violaciones no te preguntaban nada, sólo te llevaban para tener relaciones. Ellos andaban calladitos y cada cual tenía su mujer. Yo, se ve que era la mujer de ese hombre porque él siempre venía a mí”.
Luego de dos meses en el 300 Carlos “a un grupo grande de mujeres y hombres nos llevaron al cuartel 14, en Camino Maldonado. Allí nos daban de comer, estábamos sentados, las cosas eran diferentes. Al tiempo nos procesaron, estábamos esperando para ir al penal. Pero antes me dijeron que me aprontara porque me llevaban al 300 de vuelta. Me torturaron, no fue mucho, a esa altura de la vida después de que me violaron yo deseaba que me colgaran (de los brazos); me dolió, no me hago la campeona, me dolió mucho pero ta, pasó”.
“Volví seis veces al 300 y todas las veces que fui me violaron. Y una vez entre seis o siete hombres, en condiciones macabras. En los baños había tazas donde el pichí y la caca corrían a raudales. Me tiraron encima de eso, estaba acostada en el piso. Los tipos repugnantes, inmundos. Al principio mi actitud con las violaciones era apretar el cuerpo como forma de defenderme pero no te defendés, al contrario, después me di cuenta porque te ahorcaban para que te aflojaras, y lo hacías”.
“Los milicos nos decían: ‘mirá quien vino, llegó una gordita linda, una flaca linda… Y se referían a nuestro cuerpo, lo que nos iban a hacer, todo lo que te puedas imaginar, me da hasta vergüenza repetirlo, pero eran así. La parte más difícil para mí fue la del 300 y las vueltas allí. Cada vez que me llevaban era terrible. A mí no me violó ninguno de los altos cargos, estoy segura. Por eso yo digo: fui violada por la tropa”.
“Éramos botín de guerra. Cuando nos llevaban al baño los tipos se paraban enfrente para mirarnos. Nos desnudaban para eso, éramos todas jóvenes; decían: ‘mirá que caderas que tiene ésta, mirá que tetas tiene ésta’. Y nosotras, calladitas. Había grados de perversidad muy fuertes. Otra cosa que hacían era ponernos paradas en fila y dos o tres tipos con penes erectos pasaban refregándonos, tratando de penetrarnos. Por ejemplo, se masturbaban con nuestras colas, con nuestros senos y después bueno, te penetraban… Era terrible”.
“En el grupo (Denuncia) somos 28 mujeres y aparecieron dos casos de violación; y hay otra compañera que tiene testigos de que la violaron pero ella no lo recuerda. Es horrible, es la forma que encontró para poder sobrevivir”.
Florencia Pagola



 
Las denunciantes
El escrito presentado ante el juez penal de Turno fue firmado por las siguientes ex presas políticas:

Alicia Cadenas
Lucía Arzuaga Gilboi
María Herminia Ferraro Scoteguazza
María Alicia Chiesa Pennino
María Angélica Montes Estévez
Silvia Sena
Gloria María Telechea Mondino
Antonia Yañez Barros
Elena Medina Barriere
Ana Amorós
Brenda Nilena Sosa Fernández
Carmen Canoura Sande
María Corina Iriondo Chiesa
Beatriz Benzano Seré
Beatriz Myriam Weismann Blus
Blanca Luz Menéndez Mariño
Graciela Nario López,
Gianella Peroni Ugarte
Mirta Macedo
María Ivonne Klinger Launardie
Jackeline Guruchaga
Edin María Artigas Miranda
Anahít Aharonian Kharputilan
Rosario del Río
Alicia Blanco Alvárez
Margarita María Lagos Mederos
Ana María Espinoza Cargarello

TESTIMONIOS DE EX PRESAS ABUSADAS SEXUALMENTE
 
 "ELLOS SIGUEN TRABAJANDO EN NOSOTRAS DESDE HACE 30 AÑOS"

 
El 29 de agosto de 1978 fue detenida y llevada a La Tablada donde en ese momento funcionaba un centro de torturas; allí permaneció hasta el 27 de noviembre de ese año siendo torturada sistemáticamente. He aquí su testimonio.
-Mi vivencia particular fue terrible, porque me pasó algo que arrastro hasta el día de hoy. A través de años de terapia y de tratamiento psiquiátrico lo he logrado entender desde el punto de vista racional, pero no sé si voy a lograr –al menos hasta ahora no lo hice– sentirme bien.

Las torturas a las que fui sometida consistieron en plantón, submarino, gancho (me colgaban con los brazos esposados hacia atrás); estando colgada me aplicaban la picana y como yo levantaba los pies para no hacer tierra, me ataban alambres a los dedos gordos para mantener el contacto a tierra. Lo que más usaron en mi caso – con particular especialidad para darse cuenta de qué era lo que el detenido más temía – fue el caballete.
El hecho es que ellos pensaban que yo era el enlace de la dirección del Partido Comunista, pero lo bueno es que no sabían nada de mí. Yo tenía la certeza de que era un muro entre mis compañeros y los milicos. Me torturaron terriblemente y me preguntaban por los compañeros de la dirección del partido que ni siquiera conocía.

Durante la primera parte que estuve presa -un mes y medio, dos meses- en todo momento dije que no sabía nada y que estaban equivocados. Incluso habían encontrado en mi casa material de propaganda, yo les decía que eso era un error, que me lo traía una persona que no conocía y que no me animaba ni siquiera a quemarlo, no sabía qué hacer con eso. Al principio me mantuve en esa tesitura.

Como parte de la rutina  me desnudaban, eso era sistemático. Pero antes de proceder a torturarme, primero me decían: “¿Gorda, vas a hablar o no? Bueno, entonces ya sabés las reglas de la casa”, y eso “las reglas de la casa” significaba que tenia que desnudarme. Un día no me llevaron a una sala de tortura, me rodearon varios milicos, liderados por un oficial, me empezaron a manosear y a decir cosas, me metían un tolete entre las piernas y me dijeron que ya no estaban violando a las detenidas, pero como yo me hacía muy la loca, me iban a violar. Por primera vez me puse a llorar a gritos – nunca había llorado. Ellos se morían de risa y decían: “Mirá vos, sabía llorar la torita”.  En ese momento –yo estaba desnuda– el oficial me puso su hombro para que llorara y me dijo: “Vestite y vení conmigo, déjenla, déjenme hablar con ella”, actuando como un salvador. Ese oficial era Jorge Silveira.

El “Pajarito” Silvera fue quien me detuvo en mi casa y estuvo al frente de mi tortura; en ese momento se hacía llamar Páris o Isidoro. Me dejaba colgada o en el caballete y me decía: “Cuando quieras hablar, pedí que llamen a Isidoro”. Entonces yo, que en ese momento estaba absolutamente destrozada, cometí el gravísimo error de ponerme a conversar con él. Una de mis tonterías fue decirle: “Qué me viene a hablar a mí de años de cárcel, si ustedes me van a matar acá, porque ¿qué se piensa, que voy a aguantar toda la vida acá? Toda mi familia tiene problemas cardíacos”. Y él me dijo con el sadismo más espantoso que te puedas imaginar: “Mirá, gorda, no te vamos a matar, quedate tranquila, yo te garantizo que vos de acá salís viva. Eso sí, vos que sos comunista, le vas a rogar a dios para morirte, porque te vamos a hacer conocer el límite de la locura”. Entonces le dije que en ese caso le estaría eternamente agradecida y que, como muestra de agradecimiento, si algún día tenía la oportunidad, lo iba a matar a él. En la indignación le eché un discurso: que era un fascista, que ni a las moscas les podrían hacer las cosas que me estaban haciendo a mí, que eran una vergüenza para la humanidad; de ahí al caballete fue una pasada.

Mientras me torturaban en el caballete me decían: “Así que nos vas a matar, comunista de mierda”. Les respondí: “Yo a ustedes no los conozco, le dije eso a Isidoro”. Entonces me sacaron del caballete, me bajaron la venda y desfilaron todos ante mi. Cuando le tocó el turno a Gavazzo, me dijo: “Gorda, el día que vengas a matarme no me des ni un minuto, porque si me lo das te vacío el cargador acá – y señaló con el dedo mi frente – porque si fuera por mí te hacía cavar una fosa con tus propias manos y te enterraba viva, pero no puedo”. Y a pesar de que él me estaba diciendo la verdad, que estaba impedido de matarme, yo no le creí, a partir de ese momento me sentí como un muerto que camina. Tenía la certeza de que más temprano que tarde me iban a matar; me aterraba que ellos, que se cuidaban de que no les vieran la cara, se habían plantado expresamente ante mi .
En ese momento el “Pajarito Silveira” comenzó a hacer el trabajo fino, a decirme que era mi amigo, que me quería sacar de allí, que yo era tremenda mujer y que no podía creer que me dejara matar por el partido. Me dejaban de plantón y en ese momento sufría muchas infecciones por causa del caballete. Yo repasaba todas las cosas que me habían hecho y dicho. Una vez que estaba colgada, me picaneaban y yo levanté las piernas para no hacer tierra; entonces me ataron los pies a las puntas de un palo, con alambres en los dedos gordos para hacer tierra, y me picanearon en la vagina.

Cuando me llevaban a hablar con “Isidoro”, yo iba como una “araña peluda”; me ponía a hablar y a los diez minutos estaba charlando así como lo estoy haciendo contigo. Y aunque racionalmente comprendía que Isidoro intentaba obtener lo que no me habían sacado en la tortura -los nombres de compañeros-, no logré evitar involucrarme desde el punto de vista afectivo. Recién después de muchos años de terapia comprendí – me lo han explicado los psicólogos y psiquiatras – que no podía enfrentar mi muerte, porque era lo que me había armado en mi cabeza, sin sentir o inventarme, aunque sea, un ser humano a mi lado.

Estaba como esquizofrénica, sentía que me desdoblaba, repasaba todo lo que me hacían, y al otro día estaba sentada charlando con él, contándole mi vida. Tuve una tremenda confusión a nivel afectivo y eso para mí fue terriblemente destructivo. No di un sólo nombre pero él logró que llegara al penal sintiéndome una traidora. Siempre digo que no le fallé al partido porque no delaté a nadie, pero me fallé a mí misma.

Un día el “Pajarito Silveira” me dijo que él no resistía pensar que me torturaran nuevamente, que tenía que dar aunque fuera un nombre para hacer un acta e irme. Había un “malo” de la película que se hacía llamar Rodrigo, que cuando el Pajarito estaba de guardia me permitía sentarme y cuando se iba me hacía parar. Y teníamos como un diálogo escrito porque Rodrigo me preguntaba:
-¿Cómo estás, gorda?
-Acá estoy -le decía yo
-¿Vas a hablar?
-No
Entonces me daba una serie de piñazos.

Otro día me dijo: “Vos podrás pensar que acá adentro tenés protectores o que podés tener algún privilegio. Si alguien te manda a sentarte, decile que tenés órdenes de Rodrigo de morirte parada, porque vos no hablarás, pero te vas a morir parada”.

Durante el plantón me habían ordenado tener cuatro baldosas de separación entre pie y pie, lo que significa que te resbalás; es matador, pero había milicas que directamente me pateaban los tobillos. Un soldado me dijo un día “¿Por qué no les decís algo así te vas de acá, no ves que te están deshaciendo, mirá cómo estás? Al final te van a hacer hablar, deciles algo.” Y le dije: “No, yo no puedo pensar en salir de acá dejando un compañero en mi lugar, porque entonces, afuera, tengo que pegarme un tiro. Y además alguien dijo alguna vez ‘más vale morir de pie que vivir de rodillas’ y yo estoy de acuerdo”.

En noviembre de 1978 me obligaron a firmar un acta y me trasladaron al cuartel de La Paloma y el 8 de diciembre, ya en el penal, apareció el “Pajarito Silveira”; abrió la ventanita del calabozo y yo no lo reconocí: tenía cara de maldad. Hasta el día de hoy me hizo pomada. Repito, he llegado desde un punto de vista racional a comprenderlo, porque me lo han explicado, pero acá adentro – se señala el corazón – no llegó la explicación. Creo que nunca llegará porque hace muchos años que lo vengo trabajando y no he logrado salir de esa sensación.

Creo que a partir del momento de que te aplicaban las “reglas de la casa” (como ellos decían) ya sentías una invasión a tu intimidad. Era una agresión a todos los planos de tu ser, de tu integridad. Fue todo un proceso ponerme en pie nuevamente y en eso estoy hasta hoy… Sigue siendo destructivo, porque ellos siguen trabajando en nosotros desde hace 30 años, nos sigue pesando, continuamos con esa mochila. Nunca me hubiera imaginado que en situaciones absolutamente diferentes vividas por otras compañeras, también pudieran sentir culpa.

Ya en libertad hice un intento de suicidio. Cuando querés suicidarte sentís que la única cosa digna que podés hacer es desaparecer. Ese fue mi punto de inflexión, tomé conciencia del disparate que estaba haciendo.

Loana Ascárate
 
CONOZCA LO QUE PASO
 
Ana es militante del Partido por la Victoria del Pueblo, integra la Mesa Permanente contra la Impunidad, así como la Asociación de Ex Pres@s Polític@s del Uruguay (CRYSOL). A su vez, es una de las 28 mujeres que participa del grupo Denuncia con el cometido de acusar los abusos sexuales realizados durante la pasada dictadura militar uruguaya. Esta es su historia.

El 20 de Julio de 1972 un grupo de militares la secuestró de su casa por su vínculo con la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales (OPR33). Allí dejaron montada una ratonera gracias a la cual fueron detenidos al otro día el diariero -se lo mostraron luego de apalearlo-, su madre, una tía, el esposo de ésta y el hijo de ambos. A partir de ese momento Ana, con 20 años de edad, estuvo desaparecida por nueve meses y presa por seis largos años.

Primero la llevaron al 4º de Caballería, luego al 9º, después a la Escuela de Armas y Servicios y por último al Penal de Punta de Rieles: en el medio tuvo una larga estadía en el Hospital Militar debido a un tratamiento que le aplicaron porque supuestamente padecía el Mal de Koch o Pot (tuberculosis en los huesos), enfermedad diagnosticada por el médico Nelson Marabotto pero que en realidad nunca tuvo. Una de las secuelas de dicho tratamiento fue una polineuritis medicamentosa con la cual convive hasta el día de hoy.

Ana acudió desde un principio al llamado que se hizo para denunciar la violencia sexual que sufrió durante el terrorismo de Estado. Tiene la fuerte convicción de que es hora de que se conozcan las atrocidades que vivieron. “Denunciamos por un compromiso moral. Yo no quiero que ésto vuelva a pasar, hay gente que vive en el limbo y no tiene ni idea de que todo ésto sucedió. También pensamos en las mujeres que siguen siendo violadas en todos los ámbitos sociales. Pretendemos que estos delitos no se sigan callando”. Mientras abraza a su nieto de tres años me mira y dice: “Pensando en ellos también, que nunca les vaya a pasar lo que vivimos nosotros”.

Violencia sexual: herramienta para torturar


El grupo denuncia que la violencia sexual fue aplicada sistemáticamente a mujeres y hombres durante todo el proceso de dictadura. La utilizaron como una herramienta para “denigrar y destruir al ser humano”.

A Ana le cuesta mucho decirme que la violaron, que fue en tres oportunidades. Todos podemos pensar que es uno de los hechos más horribles y asqueantes de su vida pero nunca vamos a poder entenderla cabalmente, y ella lo sabe. Así lo escribió en el texto de su denuncia: “Fui llevada por el Sargento Gómez a dialogar con (Gilberto) Vázquez. (…) Comenzó a tocarme y el terror se apoderó de mi ser entero. Siempre había pensado que si alguna vez estaría expuesta a eso, me defendería, lo patearía, mordería, pero no lo hice, quedé inmóvil. Recuerdo su cara déspota cuando me mandó devolver al calabozo, el tono burlón de Gómez cuando me llevaba. Desde esa noche algo se murió en mí, me sentí sucia, maldije mi género, no lograba entender por qué no me había defendido, era la peor tortura. Dos noches después se repitió la pesadilla, esa vez intenté defenderme, zafarme, le gritaba, pero no logré detenerlo”. (…) “Luego me llevaron al 4º de caballería, careos, plantones y Vázquez nuevamente, me despertaba asco, pero debo reconocer que le temía realmente. Cuando me llevaban rumbo a Punta de Rieles me preguntó socarronamente si se me había pasado el miedo, a lo que yo le contesté: ‘lo peor lo viví aquí hace unos meses’. Se burló de mí y me dijo: ‘No existieron violaciones, fue todo hormonal’. Me sentí muy mal, y me seguí torturando”.

Ana contó que no sólo abusaban de ellas sino que las molestaban: “En el noveno se quedaban nuestras bombachas como trofeo, las colgaban. A veces venían de noche y te levantaban las sábanas mientras dormías”. Lo mismo pasaba cuando las interrogaban, si no hablaban las amenazaban con llevarlas al “cuarto de las papas”. Así le llamaban los torturadores a cualquier cuarto cerrado que les permitiera abusar de sus víctimas.

El Talón de Aquiles


Los militares estudiaron para torturar, estaban preparados para ello. Sabían lo que le dolía más a cada uno, tanto en el plano físico como psíquico. El punto débil de Ana era la maternidad. Un año antes de caer presa falleció su primera hija con pocos años de vida. Se llamaba Daniela. Gilberto Vázquez se aprovechó de este hecho traumático, la amenazaba con llevarla al cementerio donde estaba enterrada su hija y abrirle el cajón, para lograr que hablara.

Usaban la maternidad en su contra todo el tiempo, tan es así que cuando se enfermó los médicos le dijeron que iba a quedar estéril. “Yo quería morirme, y algo les creí porque había leído sobre la enfermedad y sabía que era posible. Eran macabros”.

Una vez liberada, como la mayoría de los ex presos políticos, Ana siguió ligada a la represión. Quedó en libertad vigilada y debía firmar todas las semanas para comprobar su presencia en el país. El día en que debía dar a luz a su cuarta hija tenía programada una cesárea a las 16 horas. “Fui a la una a firmar y pensé que a las tres ya podía irme para el Casmu. ¿Puedes creer que me tuvieron de plantón hasta las cuatro? Estaba con mi hijo mayor que en ese momento era chico y estaba insoportable y se hizo pichí encima porque no podíamos ir al baño. Cuando vino el teniente le dije: ustedes son locos. Me dejaron ir. Cuando llego al sanatorio mi marido y la doctora estaban en un ataque”.

Para quienes luchaban contra la “subversión” que un militante fuera mujer era un “doble pecado”, lo cual se lo hacían sentir permanentemente a las presas. “Para ellos te habías rebelado frente a las leyes de la sociedad, en las cuales las mujeres están para tener hijos y cocinar. Nosotras habíamos optado por otra cosa. Nos decían: vos te lo buscaste, o te hacían sentir que te habían usado, a mí me lo decían permanentemente”, contó Ana.

Después del infierno…


El abuso, la represión y el maltrato dejaron secuelas físicas y psíquicas en las víctimas. Si bien Ana ha hecho terapia, 30 años después de lo sucedido no ha logrado abrirse, dejar de sentir culpa, inclusive llorar. “Me han pasado cosas horribles, se murieron mis padres, mi hijo tuvo un accidente espantoso y alguna lágrima se dispara pero no lloro”. Tampoco le contó a su familia cómo fue abusada. Ella piensa que sus hijos lo saben, pero nunca se lo preguntaron. “Nunca lo pude hablar con ninguna de mis dos parejas. Lo intenté muchas veces y no pude. Y con mi segundo esposo, que estuvo preso, hablábamos de la tortura física, pero de esto otro no. En un momento mi marido me llegó a decir: la guerrillera mató a la ternura. Porque yo me trababa, había una parte de mí que no quería saber nada con tener relaciones, me acordaba de Gilberto Vázquez y chau. Recién se lo pude contar a una psicóloga por primera vez en el 2009”.

“Lo que me pasó lo viví durante toda mi existencia como una culpa”. Ana, como la mayoría de las víctimas de violación, se reprocha el no haber tenido fuerzas suficientes como para defenderse. Durante los años de cárcel junto a sus compañeras, nunca lo contó. La estigmatización y el pudor con respecto a lo sucedido les impedía hablarlo. Las ganas de salir adelante y el no aferrarse al pasado también jugaron un rol importante. “Hoy me doy cuenta, gracias a la terapia, que yo no podía hacer nada en ese momento; de todas maneras hay una parte que no quiero dejar salir y todavía me hace sentir mal. Es como que lo guardé, lo cerré con mil llaves y las tiré”. Ana asegura que la culpa persiste hasta el día de hoy.

La denuncia


Con la Ley de Caducidad todavía vigente y la discusión de la prescriptibilidad de los delitos realizados durante la dictadura, muchas mujeres que tenían planeado denunciar dejaron el grupo por miedo a que sus esfuerzos y la exposición que iban a sufrir no sirvan de nada. Ana confirmó que temen ser revictimizadas una vez presentada la denuncia. “Nuestra expectativa es que sirva. La única batalla que se pierde es la que no se lucha.

Además, ¿Qué ejemplo le dejamos a las nuevas generaciones sino peleamos por esto? No es justo”. También dejó en claro que si son llamadas a careos, lo van a evaluar, son conscientes de que puede pasar pero no quieren enfrentarse a eso. “A veces pienso que si lo veo (Gilberto Vázquez) lo golpeo por todos los años que me hizo sentir que una parte de mi era sucia. Él está preso pero nunca lo denunciaron por esto. Hay compañeras que les asusta eso, no los quieren ver”.

Es la primera vez que Ana se enfrenta a lo que le sucedió. Quiere gritarlo a los cuatro vientos pero todavía hay miedos que la frenan. Afirma que contarlo es como volver a vivirlo, por eso se vuelve tan difícil, por eso tantas compañeras no quieren ni pueden hablarlo, menos denunciarlo.

Florencia Pagola

PSICOLOGA ANALIZA LAS DENUNCIAS POR VIOLACIONES SEXUALES EN DICTADURA
A fin de poder entender un fenómeno tan complejo como es el hecho de que a más de treinta años se presente una denuncia por violaciones durante la dictadura, Sala de Redacción consultó a la psicóloga María Celia Robaina, que desde la Cooperativa de Salud Mental y Derechos Humanos (Cosameddhh) brinda atención psicológica a un grupo de ex presas políticas. La especialista analiza la valentía de estas mujeres denunciantes, que recién hoy exorcizan las culpas de las que se creían responsables. Los verdaderos responsables -militares que sistemáticamente practicaban violencia sexual contra las mujeres detenidas- contaban con el silencio íntimo de las víctimas, pero ahora serán juzgados por el testimonio de las que eligieron no llevarse el secreto a la tumba.

El pedido de apoyo psicológico surgió del colectivo de mujeres que estaba preparando la presentación de una denuncia por violencia sexual. No sabían específicamente qué tipo de tratamiento necesitarían, sabían que iban a hablar de temas dolorosos, removedores, que por algo habían estado ocultos durante tanto tiempo. Las posibilidades reales que les podía ofrecer la Cosameddhh era un espacio grupal, quincenal de dos horas cada vez, y en ese régimen trabajan desde diciembre de 2010.

Según la psicóloga al principio hubo algunas mujeres que estaban ávidas de hablar, querían contar frente al resto del grupo sus vivencias particulares, pero ella evaluó que desde lo terapéutico eso no era conveniente, no había aun un grupo definido, nunca eran las mismas. Para que cada una pudiera tratar su testimonio era necesario un ámbito individual o un grupo sólido. En mayo de 2011 recién se consolidó un grupo de unas trece mujeres que van siempre y en la última etapa se dio el clima oportuno para que las que quisieran contaran su experiencia personal.
En Uruguay se ha tratado muy poco el tema de la tortura durante la dictadura, y menos los delitos de índole sexual, por eso en el camino hacia la denuncia, el grupo y cada una de las mujeres debió asumir y aceptar que esas cosas habían pasado, debieron romper un tabú. Un tabú que también es alimentado por personas que padecieron violaciones y no están dispuestas a contarlo.

Ante la posibilidad de que tengan que enfrentarse a quienes las torturaron en el marco de la investigación judicial, Robaina indicó que esa sería una oportunidad para ellas “de dar vuelta el vínculo que el torturador generó”. Pasando del lugar de sometimiento en el que estuvieron, a denunciar estos delitos, están haciendo un pasaje de “lo pasivo a lo activo, interpelando al Estado, obligándolo a hacer algo respecto de lo denunciado”. En opinión de la psicóloga, eso ya “es reparador, es sanador, porque se estarían quitando la figura opresiva que quedó internalizada”. El hecho de haber sufrido violaciones y torturas y nunca haber hablado de esos temas implica que el tormento se prolongó mucho más allá del momento en que esas violaciones fueron perpetradas.

Otro tema importante a tratar en lo previo fue la culpa. Muchas de las ex presas manifestaron que aun teniendo claro que estaban en una condición de absoluta dominación, que no podían hacer nada para librarse de lo que les estaba pasando, aun así se sentían culpables. “Esa culpa se las transmitió el torturador. Las humillaban, las insultaban, les decían que se habían buscado lo que les estaba pasando”. Los militares se ensañaron con las mujeres militantes por salirse del prototipo de mujer de la época. En muchos casos la culpa permanece hasta el día de hoy y contarlo es una manera de exorcizarlo, “de romper la dinámica que se tomaba como normal y poder depositar la culpa en el único culpable”.

Robaina indicó que psicólogos especializados en trabajo con víctimas de violencia sexual en cualquier ámbito y en diferentes circunstancias afirman que la culpa siempre aparece. “Tiene que ver con haber estado en una situación de tanta dominación, de tanta sumisión a un otro que uno no se acepta a sí mismo en esa imagen, en esa posición”. En muchos casos aparece la pregunta retórica, sin respuesta posible “¿qué podría haber hecho para que esto no me pasara?”

Si bien la violencia sexual fue general y sistemática durante el terrorismo de Estado porque todas las mujeres ―y muchísimo hombres― fueron desnudadas forzosamente, fueron manoseadas, fueron humilladas, recibieron tortura sexual en los genitales, en los senos, fueron despreciadas por su condición de mujeres y madres, sólo algunas fueron violadas, no todas. Y eso también era una estrategia: generaba la macabra sospecha de “por qué a vos te violaron y a mí no”, “qué hiciste vos para que te violaran”. Y lo mismo se preguntaba la víctima de violación. El clima de sospecha tenía el objetivo de dividir los grupos de pertenencia. Se podría presumir que los violadores también sabían que las personas en general no cuentan estas experiencias, contaban con el silencio de las víctimas.

Para la psicóloga, las mujeres mantuvieron tanto tiempo el silencio porque “los hechos traumáticos  generan que uno reprima lo que duele, hasta bloqueando algunos recuerdos”. Eso nos pasa a todos frente a una situación extrema o límite, que el psiquismo no puede procesar por los mecanismos habituales, lo traumático queda como escindido, fuera del yo. También es cierto que es difícil contar una experiencia extrema porque parece que no alcanzaran las palabras, “es tan salvaje, tan primitivo, tan bruto, tan descarnado que el lenguaje simbólico no llega a poder dimensionarlo, no puede nombrarlo”. Tampoco les preguntaron acerca de esto, en algunos casos ni siquiera sus parejas se animaron a indagar, los demás esquivaron el querer saber o confirmar lo que sospechaban.

Las denunciantes tienen varias expectativas con lo que pueda pasar. Una de las razones por las que denuncian es que quieren desenmascarar lo que ocurrió y que se sepa la verdad. Por otro lado, la culpa genera una especie de deuda, algo que siempre está pendiente, que no se puede cerrar. Según Robaina, “este proceso que están haciendo permite cicatrizar, cerrar, elaborar”.

También está la expectativa de la justicia, que se sepa que hubo militares que sistemáticamente practicaban violencia sexual contra las mujeres detenidas y que se los juzgue por eso. Algunas de las ex detenidas manifestaron que no querían morirse llevándose este secreto.

La denuncia también funciona como tregua. Muchas mujeres vieron afectada su vida cotidiana a partir de lo que sufrieron. “Experiencias de tanto impacto que tocan una zona tan íntima y tan vinculada a la vitalidad ―porque la sexualidad tiene que ver con el amor, la ternura, la procreación, el placer, el disfrute― que esa zona haya sido transformada en un territorio de horror, de dolor, de asco, de mancha, pervierte lo esencial de la sexualidad”. No sólo la sexualidad se ve afectada, impidiendo tener relaciones sexuales o tenerlas con mucho dolor, no poder disfrutarlas; también se pueden manifestar secuelas en la autoestima que pueden producir depresión, rechazo hacía sí mismas.

A nivel político las ex presas sienten soledad en lo que podrían ser políticas de Estado, han manifestado miedo a represalias ya que las denuncias implican a torturadores que aun están libres. Tampoco quieren exponer a sus familias al morbo de la opinión pública. Pero son riesgos que están dispuestas a correr. Para Robaina, deberíamos tener en Uruguay un programa de atención y acompañamiento a testigos, como existe en Argentina, y la justicia “tiene que dar un tratamiento especial a estos crímenes, no se pueden manejar con las mismas lógicas que cualquier delito”.

“Hoy mucha gente cree que estas mujeres están locas por estar tratando este tema. Incluso otras ex presas políticas que sufrieron lo mismo les preguntaban qué necesidad hay de pasar por eso nuevamente. Mostrar algo horroroso hace que la gente mire para otro lado. Para mí estas mujeres son muy valientes”.

Lucia Pedreira

Antecesores - Los denunciados
Esta es la lista de represores presentada por el equipo de abogados del colectivo de ex presas, según surge de los testimonios.
Jorge Silveira,José Nino Gavazzo, Gilberto Vázquez, Cap. Chiosi, Comandante “La Momia”, soldados enfermeros Sunna y Techera, soldados mujeres Rivero, Izmendi, Selva De Mello, Lestón; Coronel Barrabino, Abi Vique, Teniente Echeverría, Cap. Parisi, médicos Rosa Marsicano, Marabotto, Cap. Gustavo Criado, Sargento Díaz, Dr. Abu Arab, Cap. Herrera, soldado “Mosquito” Modernel , Uruguay Ortega, Cabo Luciano González, Dr. Simeone, Jefe del Batallón Laborde, Cabo Armando Paz, Alférez Abella, Mayor Bonilla, Ohannessian, ,Comandante Chialanza, Sargento Pérez, Miguel Dalmao, Teniente 1o. Araujo, Teniente Cuello, Cap. Segnini, Cap. Antonio Tucci, Teniente 1o. Mario Menjou, Alférez Altes, Alférez Castiglioni, Sub Oficial Mayor Bobadilla,, Teniente Casco, Cresci, Achavarría, Victorino Vázquez, Jorge Grau Olaizola (alías Gonzalo), Wellington Asarle (alías Simón, Sargento Silva, Dr. Serkisian, enfermero Techera, Sargento González (mujer), Cap. Martínez, Alférez Abella, Dr. Rivero, Sargento Silva, Jefe de la Unidad Taramasco, Ariel, Cap. Aguirre, Alférez o Teniente Silva de Caballería, ambos de la OCOA, Sargento Gómez y Cap. Aquines, Cap. Felipe Gómez, Teniente Viera, Teniente Braida, Sargento “El Gato”, Teniente Coronel Rodríguez, Mayor Lucero, Teniente Coronel Albornoz, Coronel Orozco, Mayor Kuster, Teniente Coronel Brasca, Teniente Coronel Alemán, Mayor Maurente, Teniente de Coraceros Centurión, Teniente de Coraceros Gau, Teniente de Artillería Bonaboglia, Teniente Ramón Barboza, Capitán Fernañdez, Comisario Lucas, Comandante González, Coronel Camps, Cap. Omar Lacaza, Dr. Herneder, Dr. Revetria, Pomoli, Gresi, Tuceli, Fons, Ariel Ubillos, Cap. Manuel Cordero, Comandante Washington Varela, Teniente Ramón Barboza, Cap. Fernández, Comandante o Sargento Lucas, Comandante González, Sargento Pedro Faliú, Durán, Sargento Mello, Rodríguez, Maurín, Wolf, Caballero, Juana González, Carlota Vázquez, Pyñeiro, Benítez, Leites, Sánchez, Suárez, Lito Vsky, Teniente Silva, Armando Méndez, Aguirre,

Y a todos los oficiales y suboficiales que entre el período 1972 y 1985 se encontraban en los siguientes establecimientos: Penal de Punta de Rieles, 300 Carlos, Regimiento de Caballería No. 9, Cuartel Km. 14 Cno. Maldonado, Establecimiento La Tablada, Casa de Punta Gorda, Cárcel de Pueblo (Parque Rodó), Regimiento de Caballería No. 4, Hospital Militar, Artillería No. 1 (Cuartel La Paloma), Batallón de Ingenieros No. 1, Batallón de Infantería No. 5 de Mercedes, Batallón 5o. de Artillería, Cuartel de Infantería No. 7 de Salto, Cuartel No. 13, Cuartel No. 6 de Caballería.