"Era
sábado al mediodía, me senté en un banco de la Plaza y me puse a fumar…
estábamos yo y las palomas, hasta que llegaron las otras madres", así
describía Josefina García de Noia -"Pepa"- aquel 30 de abril de 1977 en
el que un grupo de mujeres sembró la semilla del movimiento más poderoso
que supo enfrentar a la dictadura cívico militar: las Madres de Plaza
de Mayo.
"Pepa"
es la mayor de ese puñado de 14 mujeres que crearon la agrupación
convencidas por Azucena Villaflor de Devincenti que hace 35 años y desde
la capilla Stella Maris, en Retiro, selló para siempre su vocación de
líder y las convocó con un "basta, tenemos que ir a la Casa de
Gobierno", para reclamar por sus hijos.
Cumplirá 91 años el 6 de
julio y desde el 13 de octubre de 1976 no dejó de buscar a su hija María
Lourdes de Mezzadra, psicóloga, docente universitaria, que militaba en
Montoneros y fue secuestrada en su domicilio junto a su esposo Enrique,
cuando tenía 29 años.
"La ví por última vez el día anterior,
cuando vino a almorzar a mi casa de Castelar y al irse acompañada por su
hermana Margarita para la facultad de Morón, le dije: `Lourdes,
cuidate, por favor`, porque ya sabíamos lo que estaba pasando", recordó
en una entrevista con Télam en su casa de Villa Devoto.
"Al otro
día me la llevaron, primero a su marido (luego liberado) y más tarde a
Lourdes y dejaron a su hijito Pablo Enrique con los vecinos que llamaron
a los abuelos paternos para que se quede con ellos", prosiguió.
A
Pepa le dio la noticia otra consuegra que la visitó al día siguiente:
"vino a la mañana, una cosa rara, y mientras yo preparaba mate, dijo
como en voz alta `yo se lo tengo que decir` y me lo dijo….".
Ese
día marcó la vida de Pepa, quien decidió "dejar todo" e ir a buscar a su
marido al trabajo y a "empezar a andar". "Fui a comisarías, iglesias,
embajadas, despachos de las fuerzas armadas, Tribunales, pedí hábeas
corpus y empecé a conocer a otras madres y compartir con ellas mi
desesperación". El año 1976 golpeó sin piedad a la familia Noia,
compuesta por los padres y cuatro hermanos: su hijo mayor, que trabajaba
en la multinacional Ford, se anticipó al horror y se fue a Australia
dos meses antes del golpe.
El mismo camino siguió otra hija que,
aunque no militaba, viajó junto a su marido 10 días antes del secuestro y
desaparición de Lourdes, quedando la familia quebrada en pocos meses,
con Pepa, su marido y Margarita, compañera de búsqueda que milita en
Hermanos y Hermanas de Detenidos-Desaparecidos.
La memoria de Noia
sobre aquel 30 de abril registra que fue la primera en llegar a la
cita, alrededor de las 12.30, "y fumando, como siempre, cigarrillos
largos que nadie quería fumar".
"La reunión era a las 14 pero yo
fui antes, llena de ansiedad, me fumé dos paquetes, hasta que llegó
María Adela Antokoletz y después más madres y nos quedamos como dos
horas hablando pero sin ser recibidas por ningún funcionario porque era
sábado", relató.
Sin pañuelos blancos aún, ni rondas alrededor de
la Pirámide, "eso llegaría después", recalca, decidieron volver el
viernes siguiente y después acordaron que fuera jueves, a pedido de una
madre que asociaba el viernes al "día de brujas".
Sobre lo que
siguió después, durante todos los años siguientes, reconoce que "al
principio confiábamos en los que nos decían, hasta que nos dimos cuenta
que todos nos mentían".
De monseñor Emilio Grasselli, vicario
castrense que recibía a las madres en la iglesia Stella Maris para
obtener información, guarda los peores recuerdos, como del condenado
Alfredo Astiz, a quien Azucena "cuidaba como a un hijo".
"Una vez
que crucé a Grasselli en Tribunales, le dije si se acordaba de mí, y al
reconocerme iba a poner su mano en mi hombro pero yo le dije "no me
toque, sus manos están sucias en sangre de nuestros hijos. El dio media
vuelta y se fue mientras yo seguía diciéndole cosas".
De su
primera visita a la Casa de Gobierno recuerda que fue con otra madre "a
ver al `señor` Videla, así le decía yo" y tras esperar un rato son
llevadas a distintos despachos en forma separada, y ante la misma
pregunta, responden que "`venimos por nuestros hijos`, no dijimos una
palabra más", y reciben como respuesta "`lo vamos a tener en cuenta`.
Nos fuimos muy asustadas".
El pasado y la actualidad atraviesan el
relato de Noia, y el presente tiene una fecha, el 9 de agosto, cuando
por primera vez se presente como querellante en el segundo juicio oral
por crímenes en la ex ESMA, donde estuvieron cautivos Lourdes y su
esposo.
Allí testimoniará que cuando fue a la casa de Lourdes
"estaba todo tirado, libros, muebles, dinero, menos el retrato de Evita"
y que "en la mesa de luz estaba el velador sin su lámpara, que habían
usado para torturarla".
"Nunca supe nada de ella, sólo por lo que
contó Enrique cuando fue liberado, que estuvo encapuchado junto a ella
pero pudo reconocer que el lugar era la ex ESMA", apuntó.
"Y
pensar que cuando iba a averiguar por ella por todos lados, estuve en la
ESMA y antes de entrar, me paré sobre la calle Libertador y mientras
veía entrar los Ford Falcon preguntaba mirando al edificio: `¿estarás
acá?`".
Hoy "Pepa", es junto a madres y abuelas que buscan verdad,
memoria y justicia, parte de la historia de la Argentina y desde su
casa de Villa Devoto, y con un cigarrillo siempre a mano, sigue yendo
"algunos jueves" a la Plaza, a las reuniones de las Madres y sobre todo,
disfruta del cariño de los homenajes que cada vez son más.
por Liliana Valle
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